Una vez terminada la
conferencia en Brisbane, Australia, salgo del auditorio para firmar los
ejemplares del libro. Como es un bello atardecer, los organizadores colocaron
la mesa de autógrafos en la parte de afuera de donde se encuentra ubicada la
biblioteca.
Las personas se
aproximan, conversan, y -aún estando tan lejos de casa- no me siento un
extranjero: mis libros llegaron antes que yo, mostraron mis emociones y
sentimientos.
De repente, una joven
de veintidós años se aproxima, se adelanta en la fila de autógrafos y me
encara:
- Llegué tarde a la
conferencia -dice. - Pero me gustaría decirle algunas cosas importantes.
- Va a ser imposible
-le respondo. - Debo quedarme firmando libros más de una hora, y después tengo
una comida.
- No va a ser
imposible -me responde. Mi nombre es Kerry Lee Olditch. Lo que tengo que
decirle puedo hacerlo aquí y ahora, mientras usted firma.
Y antes que pueda yo
reaccionar, saca de su mochila un violín, y comienza a tocar.
Yo continúo firmando durante
más de una hora, al son de la música de Kerry Lee. Las personas no se van -se
quedan para asistir a ese concierto inesperado, a contemplar la puesta del sol,
entendiendo lo que ella quiere decirme, y que estaba siendo dicho.
Cuando termino, ella
deja de tocar. No hay aplausos, nada -apenas un silencio casi palpable.
- Muchas gracias
-digo yo.
- Todo en esta vida
es cuestión de dividir almas -responde Kerry Lee.
Y así como llegó, se
fue.
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