Cuando Ketu cumplió
doce años de edad, fue enviado con un maestro, con quien estudió hasta cumplir
veinticuatro. Al terminar su aprendizaje, regresó a su casa, lleno de orgullo.
Su padre le dijo:
- ¿Cómo podemos
conocer aquello que no vemos? ¿Cómo podemos saber que Dios, el Todopoderoso,
está en todas partes?
El joven comenzó a
recitar las sagradas escrituras, pero el padre lo interrumpió:
- Eso es muy
complicado; ¿no existe una manera más simple de aprender sobre la existencia de
Dios?
- No que yo sepa,
padre mío. Hoy en día soy un hombre culto, y esta cultura me es necesaria para
explicar los misterios de la sabiduría divina.
- Perdí mi tiempo y
mi dinero enviando mi hijo al monasterio -se lamentó el padre.
Y tomando a Ketu de
la mano lo llevó a la cocina. Allí, llenó un vaso con agua y le agregó un poco
de sal. Después, se fueron a pasear por la ciudad.
Cuando regresaron a
la casa, el padre le pidió a Ketu:
- Trae la sal que
puse en el vaso.
Ketu buscó la sal,
pero no la encontró, porque ya se había disuelto en el agua.
- ¿Entonces ya no ves
la sal? -preguntó su padre.
- No, La sal se hizo
invisible.
- Entonces, prueba un
poco del agua de la parte superior del vaso. ¿Cómo la encuentras?
- Salada.
- Prueba ahora un
poco de agua del medio: ¿cómo está?
- Tan salada como la
de la parte de arriba.
- Ahora prueba el
agua del fondo del vaso, y díme qué gusto tiene.
Ketu probó, y el
gusto siguió siendo el mismo que experimentara antes.
- Tú has estudiado muchos años, y no puedes
explicar con sencillez cómo el Dios Invisible está en todas partes -dijo el
padre. -Usando un vaso de agua, y llamando "sal" a Dios, yo podría
hacer que cualquier campesino comprendiera esto. Por favor, hijo mío, olvida la
sabiduría que nos aparta de los hombres, y busca nuevamente la Inspiración, que
nos acerca a ellos
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