jueves, 2 de agosto de 2012

EL JEFE SEATTLE Y EL VALOR DE LAS TRADICIONES


En el año 1854, el presidente de los Estados Unidos le propuso a una tribu del norte comprarle sus tierras, ofreciendo a cambio la concesión de otra 'reserva'. El texto de la respuesta del Jefe Seattle se ha considerado, a lo largo del tiempo, como una de los más bellos pronunciamientos con respecto a la importancia de las tradiciones. Ya leí en alguna parte que dicha respuesta fue la falsificación de un periodista, pero ello no le resta valor a lo que allí se dijo.
¿Cómo puede comprarse o venderse el cielo, el calor de la tierra? Esa idea es extraña a nosotros. Si no poseemos la frescura del aire o el brillo del agua, ¿cómo podríamos venderlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama, cada puñado de arena del desierto, cada sombra de un árbol, cada una de estas cosas es sagrada para la memoria de mi pueblo.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan estas montañas y valles, pues así es el rostro de nuestra Madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, la gran águila son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de la campiña, el calor del cuerpo del potro y del hombre -todo pertenece a la misma familia. Por lo tanto, cuando el Gran Jefe de Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros.
El Gran Jefe dice que nos va a ubicar en un lugar donde podremos vivir felices. Ese será nuestro país y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero ello no será fácil, porque esa agua brillante que corre por los riachos no es simplemente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si le vendiéramos la tierra, podrían olvidar que el murmullo de las aguas es la voz de nuestros ancestros, y la memoria de todo lo que ocurrió mientras vivimos aquí.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Un pedazo de tierra, para él, tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que viene de noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino una mujer atrayente, y cuando la conquista, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se siente mal. Retira de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa. La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como cosas o adornos de colores. Su apetito devorará a la tierra, dejando nada más que un desierto.
Yo sé ahora que nuestras costumbres son diferentes a las de ustedes. La visión de sus ciudades hiere los ojos del piel roja. Tal vez sea porque el indio es un salvaje y no comprende. No encuentra un lugar tranquilo en la ciudad del hombre blanco. Ningún lugar donde puedan abrirse y florecer las hojas de la primavera o el batir de las alas de un insecto. El ruido parece que únicamente insulta a los oídos. ¿Y qué queda de la vida si un hombre no puede oír el coro solitario de un ave o la discusión de los sapos alrededor de una laguna, por la noche? Si todos los animales se fueran el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Pues lo que ocurre con los animales, también acontece con el hombre. Todo está relacionado.
Todo lo que acontece en la tierra, le acontecerá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen el suelo, están escupiéndose a sí mismos. Sabemos ésto: la tierra no le pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tramó el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que le haga el tejido, se lo hará a sí mismo.
Tampoco el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él de amigo a amigo, puede huir de esta realidad. De una cosa estamos seguros: nuestro Dios es el mismo Dios de él. La tierra Le es preciosa, y herirla es despreciar al Creador. Es el final de la vida y el inicio de la supervivencia.

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