miércoles, 6 de febrero de 2013

Redimir con Cristo - II


Dado este misterio, tú no puedes preguntar: ¿Por qué tengo que sufrir yo en lugar de un cineasta francés o de un banquero americano? ¿Qué tengo que ver yo con ellos? Sí, tengo mucho que ver. Todos los bautiza­dos del mundo estamos misteriosamente intercomuni­cados. El misterio opera por debajo de nuestra con­ciencia.
            Una vez injertados en este árbol de la Iglesia, la vida funciona a pesar de nosotros. Esclarezcamos esto con un ejemplo: en mi organismo, yo no sé cómo funcionan el hígado o los riñones porque no los siento, pero sé que funcionan. Yo no sé cuál es la relación entre el hígado y el cerebro, pero sé que esa relación existe por­que cuando el hígado funciona mal, ¡hay que ver cómo me duele la cabeza! La vida profunda y misteriosa de mi entronque en el Cuerpo vivo de la Iglesia y de mi relación con todos los bautizados yo no sé cómo fun­ciona, pero sé que funciona.
            Por consiguiente, no es indiferente que tú seas un santo o un cristiano tibio. Si ganas, gana toda la Igle­sia; si pierdes, pierde toda la Iglesia. Si amas mucho, crece el amor en el torrente vital de la Iglesia. Si eres un “muerto” en el espíritu, es la Iglesia entera la que tiene que arrastrar ese cadáver (cf mi libro Muéstrame tu rostro, Paulinas, Madrid 198413, 346-348).

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            Al avanzar por estos derroteros, nos encontramos con ese estridente desafinamiento que a tantas personas las ha sumido en la confusión: si Dios existe y es justo, ¿por qué triunfan los malos y fracasan los buenos? ¿Por qué los justos viven a veces llenos de desgracias, mientras los pecadores nadan en prosperidad?
            Son viejas preguntas que vienen formulándose desde los días de Job; pero después del Calvario perdie­ron su aguijón. Como hemos visto en las páginas ante­riores, Isaías vislumbró en su Cuarto Canto la res­puesta exacta; ésta se consumó en el Calvario, y Pablo elaboró una explicación teológica.

            Dios mismo cargó sobre los hombros del Siervo “to­dos nuestros crímenes”; fue herido por los delitos de “su” pueblo; los desvíos de los hombres causaron su martirio: está sufriendo en vez de los demás. El Siervo ha ocupado el lugar de los pecadores y ha asumido el su­frimiento que deberla recaer sobre ellos. “Sus cicatri­ces nos han curado” (Is 53,1-10). Bajó silencioso al abismo de la muerte porque estaba expiando los peca­dos ajenos (Is 53,12).
            Sobre este telón de fondo, la primitiva comunidad cristiana contempló e interpretó el Acontecimiento del Calvario.

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A partir de estos hechos, podemos concluir que en­tre nosotros viven hoy día innumerables Siervos de Yahve’ que están sufriendo en vez de los demás y cola­borando con Cristo en la redención del mundo.
            Así como la Catequesis Primitiva no encontró otra explicación al Desastre del Calvario, tampoco nosotros encontramos otra “lógica” que explique la pasión y muerte de tantas personas hoy entre nosotros, sino el contexto y la figura del Siervo que carga sobre silos sufrimientos de los demás.
            Es ésta, para mí, una de mis más firmes conviccio­nes que me asisten. Yo he visto un sinnúmero de veces cómo el misterio del Siervo se repite y se revive a dia­rio entre nosotros. He contemplado, conmovido, al Siervo asomarse en las encrucijadas de los caminos de polvo, expulsado de su casa por no poder pagar el al­quiler; he visto su figura doliente arrastrarse por la ca­lle en busca de un empleo.
            He visto familias piadosas victimas de una cadena de infortunios; santas madres de familia visitadas por la enfermedad o la calumnia; criaturas pequeñas, sin cul­pa ni malicia, marcadas para siempre por la invalidez o la muerte. Están sufriendo en vez de los demás.
            Basta asomarse a un hospital, o recorrer la calle en­trando casa por casa, y nos encontraremos con centenares y millares de víctimas de la mentira y de la incom­prensión, el estigma, el zarpazo, la zancadilla, el agui­jón, la muerte: sabiendo o sin saber, están sufriendo y muriendo, con Cristo y como Cristo, por los demás, cargando sobre sí las cruces de la Humanidad.

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