Dado este misterio, tú no puedes preguntar: ¿Por qué
tengo que sufrir yo en lugar de un cineasta francés o de un banquero americano?
¿Qué tengo que ver yo con ellos? Sí, tengo mucho que ver. Todos los bautizados
del mundo estamos misteriosamente intercomunicados. El misterio opera por
debajo de nuestra conciencia.
Una vez injertados en este árbol de
la Iglesia, la vida funciona a pesar de nosotros. Esclarezcamos esto con un
ejemplo: en mi organismo, yo no sé cómo funcionan el hígado o los riñones
porque no los siento, pero sé que funcionan. Yo no sé cuál es la relación entre
el hígado y el cerebro, pero sé que esa relación existe porque cuando el
hígado funciona mal, ¡hay que ver cómo me duele la cabeza! La vida profunda y
misteriosa de mi entronque en el Cuerpo vivo de la Iglesia y de mi relación con
todos los bautizados yo no sé cómo funciona, pero sé que funciona.
Por consiguiente, no es indiferente
que tú seas un santo o un cristiano tibio. Si ganas, gana toda la Iglesia; si
pierdes, pierde toda la Iglesia. Si amas mucho, crece el amor en el torrente
vital de la Iglesia. Si eres un “muerto” en el espíritu, es la Iglesia entera
la que tiene que arrastrar ese cadáver (cf mi libro Muéstrame tu rostro,
Paulinas, Madrid 198413, 346-348).
* * *
Al avanzar por estos derroteros, nos
encontramos con ese estridente desafinamiento que a tantas personas las ha
sumido en la confusión: si Dios existe y es justo, ¿por qué triunfan los malos
y fracasan los buenos? ¿Por qué los justos viven a veces llenos de desgracias,
mientras los pecadores nadan en prosperidad?
Son viejas preguntas que vienen
formulándose desde los días de Job; pero después del Calvario perdieron su aguijón.
Como hemos visto en las páginas anteriores, Isaías vislumbró en su Cuarto
Canto la respuesta exacta; ésta se consumó en el Calvario, y Pablo elaboró una
explicación teológica.
Dios
mismo cargó sobre los hombros del Siervo “todos nuestros crímenes”; fue herido
por los delitos de “su” pueblo; los desvíos de los hombres causaron su
martirio: está sufriendo en vez de los demás. El Siervo ha ocupado el lugar de
los pecadores y ha asumido el sufrimiento que deberla recaer sobre ellos. “Sus
cicatrices nos han curado” (Is 53,1-10). Bajó silencioso al abismo de la
muerte porque estaba expiando los pecados ajenos (Is 53,12).
Sobre
este telón de fondo, la primitiva comunidad cristiana contempló e interpretó el
Acontecimiento del Calvario.
* * *
A partir de estos hechos, podemos concluir que entre
nosotros viven hoy día innumerables Siervos de Yahve’ que están sufriendo en
vez de los demás y colaborando con Cristo en la redención del mundo.
Así
como la Catequesis Primitiva no encontró otra explicación al Desastre del
Calvario, tampoco nosotros encontramos otra “lógica” que explique la pasión y
muerte de tantas personas hoy entre nosotros, sino el contexto y la figura del
Siervo que carga sobre silos sufrimientos de los demás.
Es
ésta, para mí, una de mis más firmes convicciones que me asisten. Yo he visto
un sinnúmero de veces cómo el misterio del Siervo se repite y se revive a diario
entre nosotros. He contemplado, conmovido, al Siervo asomarse en las
encrucijadas de los caminos de polvo, expulsado de su casa por no poder pagar
el alquiler; he visto su figura doliente arrastrarse por la calle en busca de
un empleo.
He
visto familias piadosas victimas de una cadena de infortunios; santas madres de
familia visitadas por la enfermedad o la calumnia; criaturas pequeñas, sin culpa
ni malicia, marcadas para siempre por la invalidez o la muerte. Están sufriendo
en vez de los demás.
Basta
asomarse a un hospital, o recorrer la calle entrando casa por casa, y nos
encontraremos con centenares y millares de víctimas de la mentira y de la incomprensión,
el estigma, el zarpazo, la zancadilla, el aguijón, la muerte: sabiendo o sin
saber, están sufriendo y muriendo, con Cristo y como Cristo, por los demás,
cargando sobre sí las cruces de la Humanidad.
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