Nadie había tenido el deseo de ser rico. Esta idea quedó grabada tan profundamente en la mente de Fuller,
que cambió toda su vida. Empezó a querer ser rico. Centraba su mente en las cosas que quería y la apartaba
de las que no quería, y así adquirió un ardiente deseo de hacerse rico. Llegó a la conclusión de que el medio
más rápido de ganar dinero consistía en vender algo. Eligió el jabón. Se pasó doce años vendiéndolo de puerta
en puerta. Un día averiguó que la empresa que le proporcionaba el género iba a ser subastada. El precio de
venta de la empresa era de 150.000 dólares. En doce años de ventas y de ahorro, había logrado reunir 25.000
dólares. Se llegó al acuerdo de que depositaría los 25.000 dólares y obtendría los 125.000 restantes en un
plazo de diez días. En el contrato figuraba una cláusula según la cual perdería d depósito en caso de que no
lograra reunir el dinero.
En el transcurso de sus doce años como vendedor de jabón se había ganado el respeto y la admiración de
muchos comerciantes. Ahora acudió a ellos. Obtuvo también dinero de algunos amigos personales y de
compañías de préstamos y grupos de inversión. La víspera del décimo día había logrado reunir 115.000
dólares.
Le faltaban 10.000.
EN BUSCA DE LA LUZ. «Había agotado todas las fuentes de crédito que conocía -recuerda-. Era entrada la
noche. En la oscuridad de mi habitación, me arrodillé y empecé a rezar. Le pedí a Dios que me condujera a una
persona que me prestara a tiempo los 10.000 dólares que me faltaban. Me dije a mí mismo que bajaría con mi
automóvil por la calle Sesenta y uno hasta que viera la primera luz en un establecimiento comercial. Le pedí a
Dios que hiciera que aquella luz fuera un signo que me indicara su respuesta.»
Eran las once de la noche cuando S. B. Fuller empezó a bajar por la calle Sesenta y uno de Chicago. Al final,
tras recorrer varias manzanas, vio luz en el despacho de un contratista.
Entró. Allí, sentado junto a su escritorio, cansado de trabajar hasta tan tarde, se encontraba un hombre a
quien Fuller conocía vagamente. Fuller comprendió que tendría que ser valiente.
«¿Quiere ganar 1.000 dólares?», le preguntó Fuller directamente.
El contratista se vio sorprendido por la pregunta. «Sí, claro», contestó.
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