Hace muchos años,
vivía en China un joven llamado Mogo, que se ganaba el sustento picando piedras.
Aunque era sano y fuerte, el joven no estaba contento con su destino, y se
quejaba noche y día. Tanto blasfemó contra Dios, que su ángel de la guarda
terminó por aparacérsele:
- Tienes salud, y una
vida por delante -dijo el ángel. - Todos los jóvenes comienzan haciendo algo
como lo que haces tú. ¿Por qué vives quejándote?
- Dios fue injusto
conmigo, y no me dio oportunidad de crecer -respondió Mogo.
Preocupado, el ángel
fue ante la presencia del Señor, pidiendo ayuda para que su protegido no terminara
por perder el alma.
- Hágase tu voluntad
- dijo el Señor. - Todo lo que Mogo quiera le será concedido.
Al día siguiente,
Mogo picaba piedras cuando vio pasar una carroza en la que iba un noble,
cubierto de joyas. Pasándose las manos por el rostro sudoroso y sucio, Mogo
dijo con amargura:
- ¿Por qué no puedo
yo también ser un noble? ¡Ése debería ser mi destino!"
- ¡Sélo, pues!
-murmuró su ángel, con inmensa alegría.
Y Mogo se transformó
en el dueño de un palacio suntuoso, de muchas tierras, donde vivía rodeado de
servidores y caballos. Acostumbraba salir todos los días con su impresionante
cortejo, y le gustaba ver que sus antiguos compañeros, alineados a la vera del
camino, lo miraban con respeto.
Una de esas tardes,
el calor era insoportable; aún debajo de su parasol dorado, Mogo transpiraba
como en la época en que quebraba piedras. Entonces se dio cuenta de que no era
tan importante: por encima de él había príncipes, emperadores, y todavía más
arriba de éstos, estaba el sol, que no obedecía a nadie -pues era el verdadero
rey.
- ¡Ah, ángel mío!
¿Por qué no puedo ser el sol? ¡Ése debería ser mi destino! -se quejó Mogo.
- ¡Sélo, pues!
-exclamó el ángel, ocultando su tristeza ante tanta ambición.
Y Mogo fue sol, de
acuerdo con sus deseos.
Mientras brillaba en
el cielo, admirado con su gigantesco poder de hacer madurar las cosechas, o
quemarlas a su placer, un punto negro comenzó a avanzar a su encuentro. La
mancha oscura fue creciendo -y Mogo se dio cuenta de que era una nube, que a su
vez se fue extendiendo y no le permitió más ver la Tierra.
- ¡Ángel! -gritó
Mogo. - ¡La nube es más fuerte que el sol! ¡Mi destino es ser nube!
- ¡Sélo, pues!
-respondió el ángel.
Mogo fue transformado
en nube, y vió que su sueño se había realizado.
- ¡Soy poderoso!
-gritaba, oscureciendo al sol.
- ¡Soy invencible! -
tronaba, persiguiendo a las olas.
Pero, en la costa
desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el
mundo. Mogo vió que la roca lo desafiaba, y desencadenó una tempestad como
nunca antes viera el mundo. Las olas, enormes y furiosas, golpeaban contra la
roca, tratando de arrancarla del suelo y arrojarla al fondo del mar.
Pero, firme e
impasible, la roca continuaba en su sitio.
- ¡Ángel! -sollozaba
Mogo -¡la roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser una roca!
Y Mogo se transformó
en roca.
- ¿Quién podrá
vencerme ahora? -se preguntaba a sí mismo. - ¡Soy lo más poderoso del mundo!
Y así pasaron varios
años, hasta que, una mañana, Mogo sintió una puntada aguda en sus entrañas de
piedra, seguida de un dolor profundo, como si una parte de su cuerpo de granito
estuviera siendo lascerado. Luego vinieron unos golpes sordos, insistentes, y
nuevamente un dolor gigantesco.
Loco de espanto
gritó:
- ¡Ángel, alguien
está queriendo matarme! ¡Tiene más poder que yo! ¡Quiero ser como él!
- ¡Sélo, pues!
-exclamó el ángel, llorando.
Y así fué como Mogo
volvió a picar piedras.
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