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martes, 26 de abril de 2016
El ‘síndrome de perder el tren’
El otoño, es sinónimo para muchos de tedio y rutina. Un tiempo de intimidad y silencio, de menos diversión. Sin embargo, para otros representa también una época estimulante, el pistoletazo de salida de una nueva temporada, de nuevos retos y ambiciones. Existen además otros otoños que nada tienen que ver con el calendario. Esa intensa y frustrante sensación de que ya es demasiado tarde para llevar a cabo algo que ansiamos, tarde para otras ilusiones. Sencillamente porque notamos que se secan las hojas de nuestro árbol y solo tenemos por delante un frío invierno.
Sentimos que hemos perdido el tren, y nos pasa tanto en relación con un propósito profesional como con uno personal. Le ocurre a ese abogado de 35 años que considera que ya es tarde para apearse de una desilusionante carrera y renuncia a una empresa con la que sueña. Y también le sucede a una persona mayor que desiste de luchar por una relación sentimental, “porque a mi edad no toca”.
Condicionados
¿Pero qué nos lleva a sentir que hemos perdido el tren, que es demasiado tarde, y nos frena a la hora de apostar por algo? Nuestras acciones y decisiones están condicionadas por nuestras creencias o modelos mentales. Y todos tenemos un buen repertorio de ellas. Algunas nos impulsan; otras nos limitan. Pero muchas son inconscientes y todas son activas, porque moldean nuestros actos. Son juicios, opiniones muy arraigadas que se forman en el pasado, viven en el presente y condicionan nuestro futuro.
“Valgo lo mismo para un barrido que para un fregado” es una idea de acción permanente que nos proporciona un impulso positivo ante cualquier cambio. Al contrario, pensamientos como “hay que seguir la tradición familiar de ser abogado para estar bien considerado” o “hay que sufrir para tener éxito” nos dificultarán la deseada metamorfosis profesional. ¿Cuánto le costará a alguien que piensa que vale para todo llevar a cabo una reorientación profesional? ¿Cuánto le costará a alguien que piensa que para estar bien considerado ha de seguir la tradición familiar? ¿Lo ven?
Hasta aquí, creencias individuales. Pero más allá están las creencias colectivas. Muchos de nuestros pensamientos personales son a su vez compartidos por una familia, una comunidad, grupo social o cultura determinada. Las creencias colectivas nos refuerzan o nos limitan aún más. ¿Cuánto nos costará apostar por algo nuevo si, además de nosotros mismos, nuestro entorno nos repite que más vale pájaro en mano que ciento volando? Muchas veces viajar o salir de esos círculos más próximos nos ayuda a ver nuestra casa desde otra ventana, y a cuestionar aquellas creencias colectivas limitadoras de las que no éramos conscientes. Así, si pensamos que se nos ha pasado el tren, “porque a mi edad no es correcto volverse a casar o porque a los treinta y tantos he de estar ya bien situado”, será probablemente más difícil para nosotros alcanzar ese objetivo que deseamos.
Revisar nuestros juicios
¿Fin de la historia? No. Nuestras creencias tiñen nuestra percepción de las cosas, sí. Pero no con tinta permanente. Así pues, con un gran trabajo de introspección podemos revisar ese juicio que nos está impidiendo atrevernos a alcanzar nuestro objetivo. ¿Qué hay que hacer? Busquemos qué creencia nuestra está en juego, hagámosla consciente, revisemos su validez y después decidamos si queremos continuar con ella a cuestas o la sustituimos por otra. Nada fácil. Pero no es tinta indeleble. Este primer obstáculo ¡se salva!
Una clienta en el ecuador de sus 40 me decía hace un par de años: “Me siento mayor, muy mayor. De repente, en dos años, me veo como una señora, me miro al espejo y es duro aceptar que todo caiga. Siento que envejezco. Plantearme un cambio laboral y pensar que he perdido el tren me hunde”.
En una línea del tiempo, existe el pasado, el presente y el futuro. Lo que no es presente o futuro pertenece al pasado. Y es que, citando a Peter Senge, solemos pensar en líneas rectas a pesar de que el mundo tenga estructuras circulares. Piensen en cómo ha sido su vida, ¿cómo la dibujarían? ¿Sería una línea cronológica tal y como aprendimos historia en el colegio? ¿Qué ocurriría si la visualizaran en círculos, en etapas? Como si fueran eslabones que se engarzan. Veríamos nítidamente qué engranaje les une, cuántos aros hay, qué distingue un aro del otro. Y en la perspectiva global observaríamos el collar de nuestra vida.
LAS OPINIONES SOBRE LAS COSAS
El pensamiento lineal al que estamos acostumbrados nos resta capacidad para reparar en los procesos y nos inclina a detenernos en los hechos concretos. Es muy ilustrativa la metáfora de la rana hervida. Si metemos una rana en una olla con agua a temperatura ambiente, se sentirá probablemente en su salsa. Si hacemos el experimento de calentar el agua de la olla a fuego muy lento, la rana no se dará cuenta del cambio progresivo de temperatura. Morirá hervida sin percatarse. Así de importante es la visión del proceso.
Cuando se tiene el síndrome de perder el tren, un cambio de enfoque puede ser providencial. Pensar en un proceso compuesto por ciclos y no en líneas rectas del nacimiento a la muerte puede llevarnos a ver y vivir nuestra situación de manera distinta. El Hudson Institute de Santa Bárbara propone analizar todo cambio a través de un diagrama circular estructurado en cuatro fases, parecido a la transformación de una oruga en crisálida y que muchos coaches conocemos bien.
La primera etapa del cambio en el ciclo de la mariposa es la del huevo. En esta fase uno se siente desmotivado, cabizbajo, atrapado en una melancolía que no le permite pensar, reír. Un tiempo que preside la lentitud, la pesadez, la falta de alternativas, la procrastinación (esa tendencia de dejar las cosas para más tarde). Una suerte de otoño interminable según nuestro ejemplo anterior. Pero sin que usted lo advierta está ocurriendo algo necesario en todo proceso de cambio. Es la parte positiva. Estamos en el inicio de una gestación. Lo duro es que la decisión de abandonar esta etapa no suele ser racional. Llegará a la raíz de nuestro propio trabajo interior o en un momento en que nosotros o alguien, nos abra una puerta que de repente nos haga ver una dirección, un sentido claro.
Este es el vestíbulo de un segundo periodo conocido como la fase de la larva, en la que algo nuevo se empieza a probar, pensar y forjar lenta e íntimamente. Tras haber empezado a tejer, protegidos por nuestro capullo, llega la fase de la crisálida, en la que la curiosidad y una energía renovada nos ayudarán a construir nuevas redes, a explorar otros horizontes y a concretar las ideas. Finalmente, alcanzaremos la última etapa, la de la mariposa. Aquí, por fin, la emoción, la adrenalina, el positivismo y el compromiso con unos objetivos –ahora sí– bien trazados marcarán un claro despegue de nuestro nuevo proyecto.
PERSPECTIVA
¿Se anima a cambiar de perspectiva? A aquel que piense que ha perdido el tren, que ya es tarde, y a quien esté inmerso en una suerte de melancolía vital con ganas de algo más, quizá le reconforte saber que no está solo. Cuando estemos en ese momento, en una fase claramente apática, probablemente sea enriquecedor recordar la vida como un proceso y no como una mera línea. Que permanezcamos más o menos tiempo en estos otros otoños dependerá de lo profunda y radical que sea la transición que queramos hacer. Y de lo profunda y radical que sea nuestra creencia de que llegamos tarde.
Pero no olvide que si toma conciencia de que ya está en un nuevo capítulo, probablemente las siguientes fases lleguen con mayor rapidez. Dese la oportunidad de sacar todo el jugo a cada etapa. Siga dibujando círculos. Dijo Viktor Frankl: “Muchos de los prisioneros del campo de concentración creyeron que la oportunidad de vivir ya se les había pasado y, sin embargo, la realidad es que representó una oportunidad y un desafío: que o bien se puede convertir la experiencia en una victoria, la vida en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse a vegetar como hicieron la mayoría de los prisioneros”.
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