lunes, 7 de mayo de 2012

No sólo es el rey: a todos nos cuesta pedir disculpas

“Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Nadie más que él sabe cuánto le costó, pero no es difícil imaginarlo. Educado para ordenar, no pedir, ejecutar, no disculpar, los segundos que duró su disculpa pública por haber participado en un viaje de caza en Botswana, deben haber sido para el rey Juan Carlos de España, uno de los momentos más difíciles que pueda recordar.

Sin duda, su caso es particular, pero a pesar que la mayoría de los plebeyos hemos sido criados para aprender a responder por nuestros errores, a todos nos cuesta bajar la cabeza, al punto que muchas veces preferimos perder relaciones de pareja, trabajos o amistades, con tal de no tener que pasar por el suplicio de pedir disculpas. La razón no está en una arrogancia desmedida, sino que, como concuerdan los especialistas, cada vez que pedimos perdón se debilita la imagen que hemos construido de nosotros mismos, ya que implica reconocer frente a otro que hemos hecho algo equivocado. Y después de todo, ¿quién quiere reconocerse a sí mismo como alguien que está en el bando de los que hacen las cosas mal?

El doctor Frederic Luskin, director del Proyecto del Perdón de la Universidad de Stanford, señala que esto es tan potente, que incluso a nuestra constitución biológica y sicológica le cuesta realizar este acto. Explica: “Nuestro sistema nervioso organiza la información primeramente para protegernos, no para darnos una imagen verdadera de la realidad. Una de las formas en que el cerebro hace esto es distorsionando las cosas, para no sentirnos en falta y así mantener nuestra necesidad (de comodidad con nuestra propia imagen) protegida”.

Pero también, el investigador señala que está el tema cultural. En las películas, las teleseries y casi todo lo que vemos en la ficción, los personajes más poderosos y atractivos son aquellos que se salen con la suya sin tener que pasar por el proceso “degradante” de pedir disculpas. Es más, apunta Frederic, “hay pocos modelos culturales para disculparse y muchos más para defender nuestra posición, incluso si está equivocada, de modo que pedir disculpas puede verse como una debilidad desde la perspectiva cultural”. Nuestro yo, sostiene y hace un esfuerzo constante por hacernos sentir únicos, especiales e importantes. “Admitir que nos equivocamos nos hace sentir humanos y falibles, como cualquier otra persona”, agrega.

En la sociedad hay una enorme ventaja, que es reconocer un error y pedir disculpas. Está esa sensación de alivio de saber que al menos se ha intentado reparar la falta. Pero también toda la evolución, que en este acto nos asemeja a otras especies. Diversos investigadores señalan que los primates tienen un lenguaje que involucra las disculpas y que los chimpancés se besan y abrazan tras una pelea. Frans de Waal, quien ha estudiado el comportamiento de los primates en el Living Links Center de la Universidad de Emory, en Estados Unidos, explica: “Hay buena evidencia de que la reconciliación sirve realmente para lo que su nombre sugiere, que es la reparación de las relaciones sociales. La idea dominante es que la reconciliación ocurrirá cada vez que las partes tengan algo valioso que perder si la relación se deteriora. Estos mecanismos parecen tan lógicos, que la ausencia de reconciliación en una especie social es considerada desconcertante”.

A ALGUNOS LES CUESTA MÁS

Más allá de las diferencias particulares y de la noción que tengamos de lo que implica el perdón, para unos es invariablemente más difícil que para otros. Para los hombres, por ejemplo, es un calvario, como lo comprobó un estudio de la Case Western Reserve University, en Estados Unidos, que estableció que las mujeres se sienten más culpables que los hombres cuando cometen una ofensa y por eso les resulta más natural excusarse.

Según el profesor de Sicología de la Virginia Commonwealth University y experto en el tema, Everett Worthington, los hombres lo pasan peor “debido a los estereotipos culturales y (en algunas sociedades) el machismo”. Sin embargo, también asegura que “como los estereotipos culturales van cambiando y las mujeres compiten por trabajos de cada vez mayor nivel y pago igualitario, la brecha se está estrechando”.

ACCIÓN REIVINDICATORIA

El rol que jugamos dentro de una determinada comunidad también influye en el modo en que nos enfrentamos a esta acción reivindicatoria. Luskin asegura que para las personas es más complicado reconocer un equívoco cuando sienten que tienen la razón o que, simplemente, tienen más conocimiento frente al tema en cuestión que la persona a la que deben pedir disculpas.

Así, dice, “en la casa puede ser más difícil para una mujer pedir disculpas por algo doméstico” si es que ella es la que principalmente se ocupa de la casa. Las diferencias de poder, obviamente, influyen.

“Es más difícil para una persona con mucho poder -como en el caso del rey de España- pedir disculpas si cree que, a través de ese gesto, está disminuyendo su poder” frente a otras personas. Lo mismo puede llegar a ocurrirle a un jefe frente a un subalterno.

Y precisamente de estas diferencias puntuales depende la capacidad que tienen las personas de hacer que esas disculpas se vuelvan efectivas. No es lo mismo pedir disculpas por haber roto el jarrón favorito de alguien, que por no haber querido ir a visitarlo cuando estaba enfermo.

En esto pesa mucho el valor que la persona le asigne a la ofensa. Por ejemplo, dice Frederic, cuando una persona ha sido agraviada en algo importante, siente que hay una brecha de injusticia que hay que llenar, lo que vuelve muy difícil conceder el perdón y, por tanto, pedirlo de una manera adecuada.

Lo mismo ocurre cuando alguien viola algo que una persona considera muy sagrado, dice el experto, “como su religión, su idea del valor del matrimonio o su propio país, si se trata de una persona particularmente patriota”.

En estos casos, el esfuerzo deberá ser mucho más grande e incluir algún tipo de acción que repare la falta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario