Y la acción basada en el sentido común
es el resultado de algo más que la mera razón. Depende de los hábitos de pensamiento y acción, de las
intuiciones, de las experiencias y de otras influencias tales como las tendencias y el ambiente.
Una de las telarañas de nuestra mente consiste en suponer que actuamos sólo movidos por la razón
cuando lo cierto es que todo acto consciente es el resultado de hacer a aquello que queremos hacer.
Adoptamos decisiones.
Cuando razonamos, mostramos tendencia a llegar a conclusiones favorables a los
profundos impulsos internos de nuestro subconsciente. Y esta tendencia se da en todo el mundo... incluso en
los grandes pensadores y filósofos.
En el año 31 a. de C., un filósofo griego que vivía en una ciudad del mar Egeo quiso ir a Cartago. Era
maestro de lógica; por consiguiente, analizó las razones favorables para emprender el viaje y las razones en
contra. Por cada razón favorable, había muchas más razones que desaconsejaban el viaje. Como es natural,
se marearía.
El barco era tan pequeño que una tormenta tal vez pusiera en peligro su vida. Los piratas a bordo
de rápidos veleros estaban al acecho en aguas de Trípoli, dispuestos a saquear los barcos mercantes. En caso
de que el barco fuera apresado, los piratas le despojarían de sus bienes y a él le venderían como esclavo. La
discreción le aconsejaba que no emprendiera el viaje.
Pero lo emprendió: ¿Por qué? Porque quería hacerlo. De hecho, la emoción y la razón tendrían que estar
equilibradas en la vida de todo el mundo. Ninguna de las dos debiera prevalecer. Por consiguiente, a veces es
bueno hacer lo que se quiere en lugar de hacer aquello que teme la razón. En cuanto al filósofo... tuvo un viaje
muy agradable y regresó a casa sano, y salvo.
Veamos qué le ocurrió a Sócrates, el gran filósofo ateniense que vivió entre los años 470 y 399 a. de C.,
pasando a la historia como uno de los pensadores más grandes de todos los tiempos. Pese a toda su
sabiduría, Sócrates tenía también telarañas mentales.
De joven, Sócrates se enamoró de Xantipa, que era muy hermosa. Él no era apuesto, pero era muy
persuasivo. Los individuos persuasivos tienen la capacidad de conseguir lo que desean. Y Sócrates logró
convencer a Xantipa de que se casara con él.
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