¿Ya está preparado para dar ese primer paso en dirección a una vida mejor? Si lo está, espero sinceramente que todavía resuenen en su mente las dos frases del capítulo de bienvenida: "Nadie más puede vivir su vida. ¡Nadie más puede alcanzar el éxito por usted!"
Como escribió Jo Coudert en su maravilloso clásico, Advice from a Failure, de donde hemos tomado esta lección inicial: "Éste no es un mundo fácil en el cual vivir. No es un mundo fácil en el cual actuar con decencia. No es un mundo fácil en el cual comprendernos ni agradarnos a nosotros mismos. Pero tenemos que vivir en él, y al hacerlo, hay una persona con la que decididamente tendrá que convivir".
Esa persona, por supuesto, es usted mismo. Pero, ¿quién es usted? ¿Qué es? Qué triste que la mayoría de nosotros esté más enterada de cómo y por qué funciona nuestro automóvil y que no sepamos gran cosa acerca de nosotros mismos.
Si alguien le preguntara, por ejemplo, a qué negocio se dedica, quizá respondería: agente de ventas, operador de una computadora, modelo, corredor de bolsa, chofer de un camión, carpintero o cualquier otra cosa que sea su vocación. ¡Pero estaría equivocado!
El negocio al cual se dedica, el negocio al que todos nos dedicamos, es el negocio de vivir, y mientras más pronto sepa quién es y cómo llegó a convertirse en la persona que ahora es, más pronto será capaz de enfrentarse a los desafíos que tal vez han malogrado su éxito, por lo menos hasta ahora. De manera que, apresurémonos a empezar...
Lo llamaré X porque, al inicio de su historia, X era víctima de una amnesia total. No recordaba cuál era su nombre ni su vida anterior, ni siquiera cómo había llegado hasta el sitio en donde se encontraba. La mejor conjetura era que se dedi- caba a la aviación, y que había ocurrido un accidente. Al volver en sí, le pareció encontrarse en una oscura cueva y, aparentemente, no tenía ningún hueso roto, puesto que podía mover sus miembros, pero su cerebro apenas funcionaba y poco después volvió a hundirse en la inconsciencia. No tenía la menor idea de cuánto tiempo permaneció en la cueva. Débil e indefenso, dormitaba, se movía
un poco y volvía a adormecerse. Puesto que estaba abrigado, no tenía hambre y se sentía perfectamente cómodo, no hizo esfuerzo alguno por levantarse. Se sentía satisfecho dejando que las cosas siguieran como estaban.
Pero el paraíso se pierde, igual que se gana, y un día despertó al sentirse arrastrado sin ceremonia alguna hacia la luz. Se sintió invadido por una gran ansiedad y gritó aterrorizado. Por vez primera desde el accidente, temió por su vida. Era un temor primitivo y devorador, que inundaba todas y cada una de sus células, todos sus vasos capilares. Al surgir de la oscuridad, sintió que el cerebro le quemaba y que sus ojos se cegaban ante la intensa luz. Los sonidos latían en sus oídos y el frío lo penetraba a través de cada uno de los poros. Hasta donde podía saber, los aborigenes que lo arrancaron violentamente de su escondrijo lo arrastraron hasta el infierno.
No obstante, era aparente que no pretendían darle muerte. Lo cubrieron y después lo acostaron y, exhausto, X se quedó dormido. Durmió la mayor parte de los días y semanas que siguieron. Se encontraba demasiado débil para siquiera erguir la cabeza; todas sus energías se concentraban en su interior, en un esfuerzo por mantenerse con vida. Incapaz de pronunciar una sola palabra, y a merced de los aborigenes para la satisfacción de todas sus necesidades, gritaba al despertar y lloraba de impotencia cuando nadie venía a su lado. Quizá esta clase de comportamiento no le parezca muy digna de admiración, pero póngase en su lugar: estaba muy débil e indefenso, rodeado de extraños cuvas costumbres e intenciones ni siquiera imaginaba; su mente apenas funcionaba; sus ojos veían escasamente y sabía muy poco más, fuera del hecho de que estaba con vida y totalmente dependiente.
Pero gradualmente su pánico empezó a desvanecerse y sentía que su mente surgía poco a poco de su anterior ofuscamiento. A medida que recuperaba las fuerzas, su atención se dirigía hacia el exterior durante breves momentos, y trataba de reunir algunos indicios para averiguar quién era y en dónde se encontraba y si los aborigenes eran seres amistosos. Observó que aparentemente una de las nativas en particular estaba comisionada para cuidarlo, y que por lo común era la mujer la que se presentaba cuando él necesitaba algo, aunque en ocasiones venía su ayudante, un hombre. Puesto que la mujer se mostraba bastante afable cuando lo atendía, e incluso parecía tenerle cierto afecto, empezó a sentirse bastante tranquilizado en cuanto a su situación. Aún no desaparecía su anhelo por la serenidad y la simplicidad de la cueva, pero cada vez era menos intenso. El nuevo medio ambiente a su alrededor cada vez atraía más su atención. Y logró un gran triunfo, que lo alentó a creer que tal vez aprendería a salir adelante. Observó que la mujer le sonreía y él, a su vez, le devolvió la sonrisa. Esto pareció causarle un gran deleite y llamó a otros aborígenes que que vinieran a verlo. Complaciente, les sonrió, pensando que si eso era lo que querían de él, eso mismo haría.
A medida que transcurría el tiempo, X iba adquiriendo cada vez más fuerzas, pero era un lento proceso y todavía hacía muy poca cosa, además de dormir. En sus momentos de vigilia, acostado de espalda y mirando hacia el techo, meditaba tratando de indagar en qué clase de lugar había ido a parar, y con qué clase de personas se encontraría cuando al fin pudiera levantarse y andar por allí. Daba por sentado que la mujer que lo cuidaba era un ejemplo típico de los aborigenes, de manera que, basándose en su comportamiento, empezó a acumular cualquier indicio útil. Escuchaba su tono de voz en busca de alguna indicación que le señalara si la mujer estaba contenta o no. Prestaba una gran atención a la forma en que lo cuidaba, tratando de adivinar si debía prepararse para hacer frente a un pueblo hostil o pacífico. Llevaba la cuenta del tiempo que transcurría desde el momento en que indicaba que tenía hambre hasta que ella se presentaba con el alimento, tratando de saber si más adelante tendría por su subsistencia o si obtendría fácilmente todo lo que necesitaba. luchar que Escuchaba furtivamente las charlas a su alrededor, a pesar de que no podía comprender el lenguaje que hablaban, a fin de enterarse de si se encontraba en un sitio en donde las personas luchaban entre sí o sostenían una buena relación, disfrutando unos y otros de su mutua compañía. Observaba la expresión de la mujer mientras atendía todas sus necesidades, para indagar si se trataba de un pueblo puritano o natural.