viernes, 3 de febrero de 2023

CÓMO MIRAR HACIA ATRÁS AL PUNTO EN DONDE HA ESTADO Parte 2

Continua de:  CÓMO MIRAR HACIA ATRÁS AL PUNTO EN DONDE HA ESTADO Parte 1

Sabía que su vida dependía de que esas personas lo aceptaran o no una vez que pudiera moverse libremente entre ellas, por lo que mostraba un intenso interés por conocer la opinión que la mujer pudiera tener de él. Analizaba su comportamiento en busca de alguna señal que le indicará si les agradaría, si lo encontrarían simpático y atractivo, si evocaría una reacción de simpatía e interés o si simplemente no le harían caso. Tanto se preocupaba por todo esto que empezó a encontrar aceptable en su persona cualquier aspecto que ella encontraba aceptable y a experimentar aversión hacia cualquier cosa en su persona que no le agradara a ella. Sin darse cuenta de ello, llegó a considerarla como un espejo que le reflejaba la clase de persona que él era.

Puesto que dependía a tal grado de ella, cuando se apartaba de su lado se preguntaba con desesperación si volvería alguna vez. Parte de la vieja ansiedad lo inundaba de nuevo cuando temía que lo hubiera abandonado. La mujer le prestaba tanta atención que le llevó mucho tiempo comprender que se trataba de una persona con una vida propia, que su vida no se centraba exclusivamente en la de él, que eran dos personas diferentes. En un principio la consideró simplemente como una extensión de sí mismo, las piernas que podían ir en busca de lo que necesitaba, los brazos que le acercaban el alimento a la boca. Su debilidad lo volvió terriblemente egoísta, igual que se vuelven egoístas las personas enfermas. Como pasaban juntos tanto tiempo, empezó a desarrollarse cierta intimidad entre X y la mujer; elaboraron su propio lenguaje de señas y sonidos. La mujer siempre mostraba cierta empatía ante sus necesidades, pero ahora él empezaba a comprenderla mejor, a conocer su estado de ánimo y a leer en la expresión de su rostro. A veces reían mucho cuando estaban juntos y en ocasiones simplemente permanecían callados. Se recreaban en juegos triviales y bromeaban entre sí. En una ocasión, mientras jugaban, le dio un ligero mordizco para demostrarle que su fuerza iba en aumento, y se sorprendió al ver que ella, echándose hacia atrás, frunció el ceño y le habló en un tono de voz áspero. No trataba de lastimarla. Entonces decidió que eso significaba que a los aborígenes no les agradaba un comportamiento agresivo y que más le valía ahogar cualquier impulso en ese sentido.

Con el hombre, por quien también empezaba a experimentar cierto agrado y en quien confiaba a medida que lo veía con más frecuencia, podía jugar en una forma más tosca, lo que le agradaba mucho, ya que esa actividad le ofrecía el ejercicio que necesitaba. De ambos, aprendió la forma en que se expresaba el amor en esta cultura y trató de imitarlos, pues comprendía que su comportamiento afectuoso significaba para él la diferencia entre la vida y la muerte. Si no era capaz de lograr que esas personas que lo conocían más íntimamente se preocuparon por él, entonces podría esperar muy poca buena voluntad de los demás habitantes, de manera que se mantenía alerta ante cualquier indicio y con todas sus fuerzas trataba de complacerlos.

Ahora ya estaba muy claro que sobreviviría y que pasaría largo tiempo entre esas personas, así que X se dedicó a aprender su lenguaje. Su intento tuvo consecuencias tanto agradables como desagradables: la creciente facilidad para comunicarse era muy satisfactoria, pero experimentaba cierta sensación de pérdida al ver que la comunicación directa y sin palabras entre él y la mujer había desaparecido. Sentía nostalgia por ello, igual que sintió nostalgia por la cueva y la sentiría a medida que perdiera esa cálida intimidad al volverse cada vez más competente y más capaz de cuidar de sí mismo, pero sabía que no siempre podría permanecer como un ser desvalido y dependiente.

La mujer también lo sabía, y empezó a señalarle su responsabilidad de mantenerse aseado y pulcro. Por primera vez desde que se encontraba en compañía de la pareja, X descubrió que tenía en la mano las cartas del triunfo y que podía decidir si acataba sus órdenes o no. Experimentaba cierto placer poniendo a prueba esta área de su autonomía y siempre parecía que estaban a punto de iniciar una lucha de voluntades. Pero la mujer se esforzaba en conservar su buen humor y tranquilidad, y X, que concedía un gran valor a su afecto y su aprobación, decidió hacer todo lo posible para satisfacer sus deseos.

No es de sorprender que a medida que X adquiría una personalidad, uno de sus primeros actos como persona fuese enamorarse de la mujer. Le pidió que se casara con él, pero ella le hizo ver que no solamente requeriría todavía un periodo prolongado de cuidados antes de valerse por sí mismo, sino que además ya estaba casada con el hombre. Consideró la primera objeción sólo como un impedimento pasajero, igual que el paciente que decide contraer matrimonio con su enfermera. En cuanto a la segunda, resolvió que abordaría el problema con franqueza. Le informó al hombre que planeaba casarse con la mujer y que por consiguiente le agradecería mucho si ya no volvía a aparecer por la casa. El hombre se rió de ello y siguió regresando cada noche. Cavilando sobre el problema y preguntándose si se vería obligado a recurrir a la violencia para quitar al hombre de su camino, X consideró las posibilidades. Lo más inesperado fue comprender que el hombre, puesto que era mucho más vigoroso y quizá capaz de admirar sus intenciones, lo atacaría primero, dejando a X impotente para ocupar su lugar. Esta amenaza de una castración, aun cuando solo existía en la mente de X, lo atemorizó de tal manera que abandonó cualquier plan para ocupar el sitio del hombre. Y ciertamente, se sintió un tanto inclinado al extremo opuesto. Basándose en la teoría de que si no puedes derrotarlos es mejor que te unas a ellos, se dedicó a la tarea de identificarse cada vez más con el hombre, tratando de asemejarsele. El episodio llegó a su fin cuando ambos se hicieron buenos amigos y admiradores conjuntos de la mujer.


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