sábado, 2 de julio de 2011

Un saludo y una despedida

Cuenta una historia que un técnico trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega.
Esta historia encierra no únicamente el relato de un acontecimiento que concita la atención general, sino que encierra una lección que es preciso difundirla y, sobre todo, ponerla en práctica en cualquier circunstancia de la vida. Mucho mejor si lo inculcamos como una materia de enseñanza familiar.
Lea detalladamente, para que su contenido quede asimilado en su cerebro por siempre.
Esa historia dice que un día, al finalizar la jornada laboral, un funcionario fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar si todo marchaba bien. Ingresó al aparato, revisó detalladamente el sistema de enfriamiento, pero ocurrió algo tan inesperado que rayó en la desgracia. De pronto se cerró la puerta con el seguro y el empleado se quedó atrapado dentro del refrigerador.
Golpeó la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas. Era imposible escucharlo por el grosor de la puerta.
Llevaba cinco horas en el refrigerador y ya estaba al borde de la muerte. De pronto se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató.
Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debía que se le ocurriera abrir esa puerta en vista de que no era parte de su rutina de trabajo.
Él funcionario explicó y todo quedó aclarado: llevo trabajando en esta empresa 35 años. Cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo “hola” a la entrada, pero nunca escuché el “hasta mañana”. Yo espero por ese hola, buenos días, y ese chau o hasta mañana, cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré.

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