lunes, 6 de febrero de 2023

CÓMO MIRAR HACIA ATRÁS AL PUNTO EN DONDE HA ESTADO Parte 3

Continua de:  CÓMO MIRAR HACIA ATRÁS AL PUNTO EN DONDE HA ESTADO Parte 2

En la época de este contratiempo, X ya había permanecido al lado de ellos alrededor de cuatro años, lo cual le hizo comprender que debía empezar a ensanchar sus horizontes. En consecuencia, comenzó a aventurarse, alejándose cada vez mas del lado de la mujer. Por supuesto, inicialmente ni siquiera podía caminar, pero a medida que sus músculos adquirían mayor fortaleza, intentó dar breves pasos con ayuda de la mujer, y ahora ya caminaba bastante bien sin su apoyo. Incursionaba queriendo conocer algo más de la aldea, pero a pesar de ello todavía permanecía suficientemente cerca como para llamarla en su auxilio si le era necesario. Se familiarizó con los aborígenes que habitaban las casas vecinas, observó sus costumbres, incrementó su vocabulario y adquirió nuevas habilidades. Hasta donde podía ver, estuvo en lo cierto al suponer que la mujer era un ejemplo típico de los demás pobladores, confirmando muchas de las conclusiones a las que llegó cuando únicamente podía confiar en ella para seguir adelante. Una de las más agradables fue que los demás también lo encontraban atractivo y simpático y eso le hizo sentir una feliz confianza en sí mismo. Fácilmente, trabó amistad con los aborígenes, a quienes les agradaba su sonrisa y su tenacidad. Aprobaban sus esfuerzos por aprender y por dominar al mundo en el que vivía.

Cada éxito le daba ánimo para intentar otro más, y el hombre y la mujer le impartieron tan buenas enseñanzas que cuando fracasaba, aprendía de ese fracaso y seguía adelante. Para X era muy satisfactorio sentirse cada vez más seguro de sí mismo después de su prolongado periodo de dependencia, y puesto que tenía muy pocos problemas, fue una época de tranquilidad. Sus guardianes se sentían llenos de orgullo al ver que empezaba a adquirir experiencia, y no trataban de frenarlo. Pero estaban a su lado cuando se excedía de sus fuerzas o de sus capacidades y de esa manera disfrutaba de lo mejor de la independencia y la dependencia.

La cultura no era tan sencilla como X esperaba. En un principio mostraba cierta tendencia a generalizar acerca de las personas y sus vidas, pero más adelante fue capaz de aceptar la complejidad y la contradicción. Dejó de buscar exclusivamente las respuestas y empezó a mostrar interés en las preguntas. Comprendió que era más útil llegar a deducciones que a conclusiones. Se convirtió en un ávido coleccionista de hechos.

Y de esta manera transcurrió el tiempo y X hizo grandes progresos. Si acaso alguna vez recordaba los primeros tiempos, sólo era en las raras ocasiones en que algo amenazaba con salir mal y entonces volvía a sentirse invadido por la vieja ansiedad. Como aprendió tanto durante los doce años pasados allí, X empezó a creer que ya había aprendido todo lo que tenía que aprender y se sorprendió al descubrir que el hombre y la mujer, que en una época le parecían omniscientes, en realidad no sabían gran cosa después de todo. Estaba claro que había madurado y los había sobrepasado y por consiguiente ya no le eran útiles. Ahora encontraba una fuente de fortaleza y entusiasmo no en ellos, sino en los amigos. Sus amigos lo comprendían, entendían su estado de ánimo, sus intereses rápidamente cambiantes, sus preocupaciones, su impaciencia. Se sentía culpable al volverles la espalda al hombre y a la mujer que le salvaron la vida, pero se decía a sí mismo que él nunca les pidió que lo trajeran a su mundo.

Así como la época anterior fue muy tranquila, ésta era bastante tormentosa. No fue sino hasta que terminó y X volvió la mirada hacia atrás cuando comprendió que así tenía que ser. Sus inquietudes internas, que dieron origen a su rebeldía, eran impulsos de su sabiduría que le indicaban que debía volverse hacia el exterior, que debía abandonar ese hogar, que tenía que independizarse de esa mujer y de ese hombre, si alguna vez quería realmente averiguar quién era y en dónde estaba su lugar. Fue una ardua época, navegando mientras aún seguía anclado en el muelle. Resurgió su antigua gratitud hacia el hombre y la mujer. Comprendió que eran sabios, y que cuando no eran sabios, eran generosos. Comprendió que habían hecho lo mejor por él y que lo amaban. Comprendió que a su vez él también los amaba, y que ese sentimiento no lo menguaba, sino que por el contrario, lo enriquecía. Le ofrecieron asilo durante veintiún años, y ahora sabían que debían dejarlo partir. Su labor había llegado a su término. Ahora le correspondía a él encontrar a su propia gente.

En toda su vida, X jamás hizo otra cosa más difícil que separarse de ellos.




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