domingo, 3 de julio de 2016

Se vale estar triste a veces, y estar roto de vez en cuando

Se vale estar triste a veces, se vale estar roto de vez en cuando. No es necesario que seamos las personas alegres que todos quieren, ni esos que siempre sonríen y tienen ganas de hablar con los demás.

Es válido que dejemos que el corazón llore hasta secarse. Es humano, es real. Lo contrario obedece a la tiranía del optimismo excesivo, promueve la represión emocional, el encierro de uno mismo, el secuestro de nuestras vivencias.

Abrazar la vida, ser conscientes de que nuestras emociones negativas no tienen que ser, por definición, insanas. Que la tristeza, el enfado y la frustración nos ayudan a caminar, a enfrentarnos a lo que nos duele, a hacer una búsqueda de nuestro sentido de la realidad, tal cual la estamos viviendo.

La importancia de validar la vida

Lo anteriormente escrito define la vida, la normalidad. Es que no todo es color de rosa, ni todo nos hace sentir estupendos y mantener la sonrisa en el rostro.

Es importante incidir en este aspecto, educar nuestros pensamientos y comportamientos de manera conjunta a nuestras emociones. Aquellos días en los que no conseguimos levantarnos de la cama, que todo nos viene grande y que parece que el camino que labramos comienza a hundirse, esos días, son fantásticos para reflexionar y no venirnos abajo y no dejar que crezcan nuestros demonios.

Es esencial que como personas nos demos cuenta de que rompernos es un derecho y parte del proceso.

Es una etapa de cada uno de esos “microduelos” necesarios para elaborar y recomponer el mundo a nuestro gusto. Manifestaciones que, por otro lado, nos dicen que estamos vivos, que no es bueno que sigamos por ese lado o que hay algo que está cambiando en nuestro ser.

Así, la profundidad psicológica por la que se caracterizan los malos momentos revierte automáticamente en cambios de pensamientos, emociones y comportamientos. Dependerá de esa gestión que hacemos del malestar, o sea del permiso que nos damos, que podamos soltar gran parte de la carga que nos aprisiona.

En este sentido viene bien traer a colación el proceso de muda de la piel de las serpientes. Cuando la serpiente tiene que desprenderse de su piel vieja, escoge transitar por dos piedras próximas que le aprieten, le rasquen y le ayuden a eliminar su piel.

Ese tránsito le provoca dolor, pero le ayuda a deshacerse de lo viejo para dar lugar a lo nuevo.

Es el final de un proceso y el inicio de otro. Y, en ese tránsito, inevitablemente sufrimos. Si nos resistimos a atravesarlo, la angustia se incrementa, pues no soltamos lo que ya no nos aporta, lo que no necesitamos, ni damos espacio a lo que quiere nacer. La liberación viene, pues, del aprendizaje que subyace a esa rotura.

Sentir que nuestro interior se resquebraja nos hace plantearnos cuestiones que antes ni siquiera contemplábamos. Ahí redunda uno de los grandes beneficios, el cual solo podemos apreciar si abrazamos la presencia de “los demonios” que nos atormentan día tras día por el mal concepto que tenemos de ellos.

Así, resulta curioso cómo nos desnudamos cuando más frío hace, como rasgamos nuestras vestiduras en nuestra búsqueda de una felicidad que nunca llega porque, en sí misma, la tenemos mal conceptualizada.

Somos de extremos y, por lo tanto, no nos permitimos más que el fuego abrasador y el frío intenso. Ahí radica el problema.

Si abrazamos nuestras emociones y les damos la mano a través de los pensamientos y de los comportamientos, tomaremos una decisión que fundamentará nuestro crecimiento toda la vida. ¿Qué decisión? La de respetarnos, aprender de nosotros mismos y seguir caminando con el calzado adecuado sea cual sea el sendero.

10 Ideas para aliviar la tristeza

Si nos dan a elegir, la mayoría preferimos estar alegres, que es justo lo contrario, pero ocurre que la alegría y la tristeza se suelen encadenar en la vida.

Aquí les apuntaremos ideas para sobrellevar ese estado de abatimiento y hacer que pase lo antes posible.

1. Si tienes ganas de llorar, llora. Desahógate, que eso es mejor que quedarse con un pellizco en el corazón.

2. Céntrate en el momento presente. Muchas veces la ansiedad y la tristeza llegan por tener los ojos puestos en un futuro incierto o en hechos que ya han quedado atrás.

3. Toma conciencia de que la tristeza es pasajera. Ten fe en que es así.

4. Cuida de tu cuerpo. Mímalo, relájalo… Escúchalo para saber qué te pide y comienza a velar por él.

5. Mantente ocupado. Muévete o involúcrate en una actividad que te haga concentrarte solo en ella.

6. Sal a que te dé el aire fresco y un poquito de sol. Un simple paseo de 20 minutos puede bastar para despejar tu mente o empezar a practicar yoga.

7. Lee algo reconfortante o, quizás, tu revista favorita.

8. Charla un ratito con alguien, ya sea con la intención de desahogarte o de hablar de cualquier asunto trivial.

9. Si prefieres estar a solas, escribe lo que sientes o aquello que se te ocurra.

10. Haz algo que ayude a otra persona. Ocasiones no te faltarán y esas pequeñas alegrías te ayudarán a levantarte.

Me reservo el derecho de estar triste, de sentirme mal porque no es justo o porque algo no está bien.

Me lo reservo porque lo contrario me presiona y me deprime. Esos son mis demonios y he de decir que en realidad no son tan malvados.

Ellos me piden que los comprenda y me dicen que lo que siento es la vida y que el mundo es el paraíso que yo quiera crear.

Por eso hoy les abrazo y les escucho, me limito a ser yo, a sentirme en el mundo, a comprender que el sufrimiento es una parte de la vida tan importante como el bienestar.

Tú y yo tenemos demonios

Imagínate que hay alguien que te dice que puedes estar triste, que es normal que lo estés y que, de hecho, debes estarlo de vez en cuando.

Imagina que ese alguien eres tú, aceptando tus emociones y gritándole al mundo entero que no has tenido un buen día, por la simple razón de que no todos pueden ser buenos.

De hecho, parece que sentirse mal y creerse mentalmente sano o sufrir y vivir la vida no forman buenas parejas culturales. De la misma forma, si a alguien se le ocurre decir “me siento mal pero estoy bien”, se le mira con extrañeza y tratando de discernir cuál es su peculiaridad.

Hemos caído en la trampa de exigir un exceso de optimismo a nuestras vidas. Hemos ignorado que no debemos de aprender la lección sin cuestionarla y, ahora, pagamos las consecuencias de asumir que no sufrir es un valor al alza para la cuenta de la vida y que lo correcto es mover nuestros millones para conseguir evitar las complicaciones y entonces “tener vida”.

Muchas personas aseguran que su mayor crecimiento y desarrollo como seres humanos han provenido del dolor y del pesar, no del placer. Así que, cuando necesitamos sentirnos tristes, es un error tratar de apresurar el proceso de sobrellevar nuestro sufrimiento, decepción o pena. La felicidad por lo general nos llega en momentos súbitos y fugaces; en cambio, asimilar nuestras emociones más sombrías nos lleva tiempo.

Para curar la tristeza es necesario aprender a ver la vida con nuevos ojos. Dice un refrán en la física cuántica: “Cambia la forma de ver las cosas y cambiará la realidad“.

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