viernes, 29 de julio de 2016

“Lo siento” ¡Basta de disculpas!

”Disculpa, pero necesitaría tener ese informe cuanto antes”, pides a tu compañero de trabajo que debería haberlo entregado ayer.

Perdona que sea tan pesada amor, pero ¿tardarás mucho todavía?”, le preguntas a tu novio después de llevar más de 20 minutos esperando.

“Seguramente será una tontería pero tengo una idea...”, intervienes en una reunión en el trabajo. Si te reconoces en una o varias de estas frases (y disculpa que seamos quien te de la noticia) eres una de las miles de mujeres en el mundo que padecen lo que muchos llaman el ‘sorry syndrome’ o esa tendencia a pedir disculpas por cualquier motivo, aunque tú no hayas cometido ningún error.



“Perdona que me meta, seguramente será una tontería lo que voy a decir...”

No todas las mujeres dan tanta vuelta y andan con tantas contemplaciones a la hora de comunicarse, sin embargo hay algunas investigaciones que respaldan la idea de que, en general, dicen “lo siento” más a menudo que los hombres. Dos estudios realizados por la Universidad de Waterloo en Canadá y publicados en la revista Psychological Science encontraron que aunque ellos están tan dispuestos como nosotras a disculparse, tardan más en sentir que necesitan hacerlo.

Amy Schumer, la atrevida y deslenguada cómica norteamericana, célebre por su humor políticamente incorrecto retrató esta realidad en un scketch titulado “I’m Sorry”: una parodia en la que varias científicas y expertas reputadas en diversas materias (entre ellas una hipotética premio Nobel) pretenden llevar a cabo un debate que promete ser de lo más interesante pero que se queda estancado antes de empezar en un hilarante embrollo de disculpas y cortesías recíprocas.

La experta en coaching y en comunicación asertiva, Sandra Díaz Leonardo, cree que estas frases de disculpa son parte de rutinas incorporadas desde la infancia. “La mujer, tanto en el entorno personal como en el profesional, muestra con frecuencia comportamientos enfocados a conciliar posturas, escuchar y mediar en situaciones difíciles”, asegura en una entrevista a la revista Hoy Mujer, enfatizando algo que ya sabemos: ese modo de comunicarnos es una manifestación más de esa vocación que nos inculcan desde que somos niñas de agradar y satisfacer las expectativas de los demás antes que las nuestras.

“Esta forma de mirarse, siempre imperfecta, puede hacer que se sitúe en desigualdad respecto a sus colegas, su pareja, incluso sus hijos. La mujer, con frecuencia, asume que “estar al servicio de los demás es la clave para que me quieran”, explica la coach, formadora en la Escuela Europe de Coaching (EEC).



¿Intrusas?

“Disculpa que me entrometa pero opino que…”. Comenzar una frase pidiendo perdón en definitiva resta valor a la idea que se comunicará a continuación. Así que ¡deja de hacerlo! Pues no es una mera muletilla lingüística, es la expresión de una menor autoestima y que no crees en tus ideas.

“Durante siglos, las mujeres estuvieron sistemáticamente excluidas del espacio público y confinadas al ámbito doméstico. Esta situación, que todavía hoy cuesta superar, hace que ellas se sientan como “intrusas”, sin el pleno derecho a estar allí: por eso se excusan o tratan de pasar desapercibidas”, analiza Sara Berbel, doctora en Psicología Social y autora de “Mujeres rompiendo el techo de cristal”.



Cuestión de género

Judith Baxter, sociolingüista de la Universidad de Aston (Reino Unido), señala en su libro, The language of female leadership (El lenguaje de las mujeres líderes) que en las reuniones de trabajo y en los consejos de dirección las mujeres están cuatro veces más inclinadas que sus compañeros masculinos a utilizar un tipo de discurso que ella ha calificado como de “doble voz” y que consiste en prejuzgar negativamente la respuesta de la audiencia y adaptar el mensaje en función de esa perspectiva.

Las siguientes frases son claros ejemplos de esto: “Corrígeme si me equivoco...”, “No soy ninguna experta en el asunto, pero...”, “Es posible que no lo haya entendido bien, pero...”. Y es que la falta de seguridad en un espacio que no se percibe como propio se refleja no sólo en el lenguaje verbal, sino también en el no verbal. Se ha visto que las mujeres suelen ocupar lugares extremos o poco centrales en las mesas de trabajo, incluso aunque sean las directoras.



No es modestia

Hablar claro sobre los propios méritos es importante, porque precisamente uno de los obstáculos en el camino de las mujeres hacia la cima del poder empresarial, económico o político radica en lo que la doctora Estrella Montolío (Catedrática de Lengua Española de la Universitat de Barcelona y coordinadora del grupo de investigación Estudios del Discurso Académico y Profesional) han definido como “autodisminución ritual” o “modestia ritual” que tiene su origen en la educación estereotipada que recibimos y consiste en “la inhibición de los éxitos propios, la extrema modestia, en ocasiones incluso autodenostativa, así como la tendencia a intentar mostrarse amable y poco asertiva, ensalzando las virtudes ajenas y silenciando las propias”.

Lo explica Sara Berbel en su libro, una tendencia que la autora considera “muy peligrosa porque, si bien entre las mujeres es entendida como una simple expresión de modestia (una de las virtudes en las que se educa a las mujeres), puede ser tomada al pie de la letra por los varones que la escuchen, con el consiguiente juicio desfavorable hacia ellas”.

¿Las consecuencias? Por una parte, se refuerza la baja autoestima y el temor social. Por otra, dado el diferente código lingüístico, ellos pueden entender literalmente las expresiones de inseguridad y darlas por ciertas, considerando, por tanto, que esas mujeres no son aptas para los puestos que ocupan.



¿Amabilidad vs credibilidad?

Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, pionera en liderazgo femenino y una de las directivas que ha llegado más alto en el mundo, ha tenido que lidiar con los diferentes matices de la desigualdad en su camino a la cima. Cuando Sandberg todavía estaba en el instituto ya mostraba que sería una líder y uno de sus profesores le dijo: “A nadie le gustan las chicas mandonas”.

La pregunta que surge es: ¿Estamos obligadas a ser agradables para alcanzar el éxito? “El margen de actuación de las directivas es muy estrecho: cuando se comportan según el estereotipo masculino y son fuertes, firmes y exigentes, entonces se las considera competentes pero no gustan y se las acusa de ser “masculinas”. En cambio, cuando adoptan el rol del estereotipo femenino y se muestran amables, comprensivas y empáticas, entonces gustan más pero no son consideradas competentes. Esto es el fenómeno llamado “the double bind”, la doble atadura, y es que somos castigadas en ambos casos”, explica Sara Berbel.

Y siendo sinceras, muchas veces somos las mismas mujeres las que criticamos una mujer ‘demasiado líder’. Es momento de acabar con esta’ ‘doble atadura’ y premiemos aquellos liderazgos que incluyan características de ambos estereotipos, masculinos y femeninos “que, por cierto, son los más eficientes y los que otorgan mayor libertad de expresión a las líderes”, añade esta experta.

La clave pasa por reconocer los propios errores y disculparse por ellos, pues es una fortaleza y muestra seguridad… eso sí, solo si lo hacemos cuando toca, no todo el tiempo.

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