sábado, 23 de julio de 2016

El valor de la amistad

Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por un sendero cuando, de repente, después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta que tanto él como su alazán y su can hacía apenas unas horas habían sufrido un accidente.

Reflexionando se dio cuenta de que los tres, además, habían muerto en infortunio. Así es, hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición.

Y así, muertos, continuaron su marcha montaña arriba, bajo un sol inclemente que, misteriosamente, los castigaba igual que si estuvieran vivos. Después de mucho caminar, ya exhaustos, estaban necesitando desesperadamente beber un poco de agua. En una curva del camino avistaron un hermoso paraje.

Acercándose llegaron ante un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba un agua cristalina.

El caminante, parado con sus compañeros de viaje ante ese portón, se dirigió al hombre que majestuoso guardaba la entrada.

-Buen día, dijo el caminante.

- Buen día, respondió el hombre.

- ¿Qué lugar es éste, tan lindo? -preguntó el caminante.

-Esto es el Cielo. -fue la respuesta.

-Qué bueno que nosotros llegamos al Cielo. Pero tenemos muchísima sed, ¿podríamos beber un poco de agua? -preguntó el caminante.

-Usted puede entrar y beber toda el agua que desee -dijo el guardián, indicándole la fuente.

-Mi caballo y mi perro también tienen muchísima sed.

-Lo lamento mucho -le dijo el guarda-, aquí no se permite la entrada de animales.

El hombre se sintió muy abatido porque su sed era grande, pero no quería entrar él solo y dejar a sus amigos, que lo acompañaban hacía tanto tiempo, muriéndose de sed mientras él se saciaba. Se despidió del hombre y prosiguió su camino. Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un apartado lugar en el que vislumbraron también un gran portón. Acercándose a él vieron que, a diferencia del anterior, éste estaba construido de forma mucho más sencilla. El lugar en sí también era más humilde: no había aquí un patio con mármoles ni piedras preciosas. El portón simplemente daba a un camino de tierra con árboles a ambos lados que le hacían sombra, y al fondo unas piedras de entre las cuales brotaba un fuente de agua cristalina. A la sombra del portón un hombre estaba recostado plácidamente.

Cubría su cabeza un sombrero, y parecía no haber percibido la llegada de los visitantes.

-Buen día -dijo el caminante. -Buen día -respondió el hombre al tiempo que se levantaba y descubría su cabeza. -Discúlpenos señor, estamos con mucha sed, yo, mi caballo y mi perro. -Pueden pasar los tres y beber de la fuente cuanto gusten -dijo el hombre, señalando el lugar.

El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.

-Muchas gracias -dijo el caminante al salir. -Vuelvan cuando quieran -respondió el hombre. -A propósito -dijo el caminante-, ¿cuál es el nombre de este lugar? -Este lugar se llama Cielo -respondió el hombre.

- ¿Cielo? ¡Más si el hombre que guardaba un hermoso portón de mármol que hemos encontrado en el camino me dijo que aquello era el Cielo!

-Aquello no es el Cielo, aquello es el Infierno.

El caminante quedó perplejo.

-Más entonces -dijo el caminante-, si esa información es falsa debe causar grandes daños y confusiones.

-De ninguna manera -respondió el hombre-. En verdad ellos nos hacen un gran favor, porque allí quedan aquellos que en su camino, por un simple trago de agua, son capaces de abandonar a sus mejores amigos...

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