jueves, 2 de junio de 2016

Revierte el mandato de la infelicidad

Que nos rasquen la espalda; recibir un abrazo de la persona amada; ayudar a quien lo necesita; transmitir conocimientos sin esperar nada a cambio; un café y unas tostadas con aceite de oliva por la mañana; que te sorprendan con un beso, de los de verdad; una siesta compartida en vacaciones; escuchar una canción que te hipnotice; bailar y cantar a solas, porque sí; hacer deporte; soñar despierto y dormido, y recordarlo; caminar descalzo sobre la hierba; investigar, descubrir; dejarse llevar en el sexo y reírse de “no es por vicio este fornicio, sino por dar un hijo a tu beneficio”; ser consciente de la buena salud; unas risas con los amigos; dormir ocho horas.

¿Qué tiene todo esto en común? Son actos que activan el circuito de recompensas del cerebro, en especial, los centros del placer. Este sistema cerebral, fruto de la evolución, ha sido diseñado para que encontremos satisfacción en funciones básicas, como la comida, la bebida y el sexo. Ya saben: la supervivencia y la propagación de la especie. A continuación, intentamos despejar la ecuación que lleva a la consecución de estos momentos de placer, que, encuadrados en un fin, conducen a la ansiada felicidad.

Al levantarse, dispone de un bono premium con 1.440 minutos. Usted decide en qué invertirlos, a sabiendas de que no se puede ahorrar ni prestar, y que vuelve a cero cuando acaba la jornada. Esto es de Perogrullo, pero es que se nos olvida: cada día vencido estamos más cerca del final. Los investigadores Ran Kivetz y Anat Keinan estudiaron en Journal of Consumer Research las quejas de algunos universitarios con respecto a sus recientes vacaciones, y tomaron nota de los ya licenciados, que recordaban nostálgicos las mismas vacaciones invernales de cuarenta años atrás. Fue curioso: los estudiantes actuales se arrepentían de no haber aprovechado el tiempo estudiando; mientras que los exalumnos lamentaban no haberse divertido más.

Fuente de beneficios

Ver una comedia durante veinte minutos reduce los niveles de estrés del mismo modo que salir a correr, según un estudio de Journal of Leisure Research. Y una hora riéndose con un vídeo divertido basta para incrementar el número de anticuerpos en el torrente sanguíneo, repercutiendo en una mejor salud, según documentaron en 2001 investigadores de Universidad de Loma Linda (California, EE UU) en Alternative Therapies in Health and Medicine.

Comer también suma. Además de deleitarnos con sabores, colores y aromas, poner atención al gozo que nos producen los alimentos ayuda a ingerirlos despacio, a valorarlos. Abuso y alegría no tienen nada que ver. Pero hágalo bien: está probado que las personas obesas disfrutan menos comiendo. Un estudio de mujeres con sobrepeso escaneó sus cerebros mientras tomaban batidos de leche, al inicio y al final de un período de seis meses. En comparación con las que no aumentaron de peso durante ese periodo, las que engordaron mostraban menos actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la recompensa, el placer y la dopamina.

Un cerebro traicionero

Nuestra masa gris no ha evolucionado para hacernos sentir bien, ni para contar chistes o escribir poemas de amor. Se transformó para ayudarnos a sobrevivir en un mundo lleno de peligros. La prioridad del hombre primitivo era evitar aquello que pudiera dañarle; a más prevención, más viviría y más hijos tendría. En la actualidad, tras más de cien mil años de evolución, la mente moderna sigue estando en modo alerta, pero esta vez evaluando y juzgando obsesiva e ineficazmente el pasado y el futuro. Pareciera que estamos destinados, casi sin remedio, a sufrir psicológicamente: nos comparamos con los demás, criticamos, juzgamos, proyectamos, estamos insatisfechos, imaginamos todo tipo de situaciones espantosas. Tendemos a dejarnos llevar por una programación innata que se inclina más fácilmente hacia la infelicidad que hacia la felicidad.

Pero, ¿hay margen para maniobrar y vencer al lado oscuro de la fuerza? Por supuesto, y mucho. Según Review of General Psychology, aproximadamente el 50% de nuestra sensación de felicidad queda determinada por los genes; un 10% se debe a circunstancias generales, como tener pareja, trabajo o buenos ingresos; y el 40% restante tiene que ver con nuestros hábitos diarios, cómo vemos la vida y qué pensamos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Conclusión: una buena tajada depende solo de nosotros. /



EL IMPACTO DE LO NEGATIVO

El catedrático de Psicología de la Universidad Estatal de Florida, Roy F. Baumestier, junto a varios colaboradores, publicó, en 2001, el estudio Bad Is Stronger Than Good en Review of General Psychology, donde aseveraba que los sucesos negativos causan más impacto que los positivos en la mente. Es decir, nuestro coco tiene tendencia a destacar lo malo, suele atascarse fácilmente en el miedo y la desconfianza, y no da prioridad a la alegría. Para contrarrestar esta tendencia necesitamos entrenarnos deliberadamente. Percibir una realidad más equilibrada y encontrar más motivos que nos hagan sentir bien es un esfuerzo. Uno de los ejercicios que proponen los psicólogos es intentar detectar al final del día diez cosas buenas. No vaya a los grandes acontecimientos, porque no los va a encontrar; tan solo siga los consejos de Joan Manuel Serrat y quédese con aquellas pequeñas cosas: la sonrisa de un desconocido, un chiste, un perfume nuevo.

Si se ha reconciliado con el hedonista que lleva dentro, espere a recoger los frutos. Sonja Lyubomirsky, profesora del departamento de Psicología de la Universidad de California, ha enumerado los beneficios que reporta dejarse mecer por el placer puro: a medio plazo, nos hace más sociables y altruistas, aumenta lo mucho que nos gustamos y lo mucho que nos gustan los demás y mejora la habilidad para resolver conflictos. Las personas felices no son más longevas, pero gozan de una vida más satisfactoria.



EL DINERO

¿Y nadie va a hablar del papel que juega el dinero en la obtención de estos fugaces momentos de dicha? Un apunte: gástelo bien. Según Journal of Personality and Social Psychology, romper la hucha para pagar un paseo en helicóptero aumenta más nuestra dicha que comprarse un televisor de pantalla plana. Vivir experiencias nos permite compartirlas con los demás y, lo mejor de todo, revivir el acontecimiento tantas veces como queramos, sintiéndonos tan bien o mejor que cuando realmente ocurrió. Describir y adornar un suceso divertido, narrar la cita que tuvimos anoche… ¿Se puede pedir más? Quizás un poco de chocolate tras una ducha caliente. Sí, es hora de que haga el placer una prioridad en su vida.

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