viernes, 20 de marzo de 2015

Gente tóxica: rapaces de la felicidad ajena

¿Cómo tratar a quienes con frecuencia nos provocan desazón y nerviosismo? El psicólogo y escritor Bernardo Stamateas lo cuenta en “Gente tóxica” y “Más gente tóxica” (Ed. Ediciones B), dos guías donde recoge los distintos prototipos de estos individuos perniciosos que “conscientemente necesitan hacernos sentir mal para encontrarse bien”.

Las personalidades más nocivas

Tras una persona “tóxica” se esconde la búsqueda de la atención, la compasión o el poder. A continuación, el especialista detalla las características de seis de estos perfiles que nos ayudarán a sortear su toxicidad:

• El psicópata. Se trata de alguien que percibe a las personas como objetos que “usa y descarta”, sostiene. Carece de empatía hacia los demás y se mueve con la intención de satisfacer su propio interés. Asimismo, no respeta los límites y con frecuencia recurre a la agresividad.

• El envidioso. ”Los logros del otro le generan dolor”, afirma el psicólogo, quien precisa que la envidia se puede ocultar tras un enfado u otros estados de ánimo pero es un sentimiento que nadie manifiesta. “Nace de la comparación”, la persona siente que no puede conseguir lo que otro sí pudo y ésto le provoca una angustia que calma descalificando lo enviado o al envidiado.

• El quejoso. ”Tiene el sentimiento de culpa y no se permite disfrutar”, destaca el autor, quien apunta que cuando a este perfil le sucede algo positivo, inventa un motivo que impida su disfrute. De este modo, convierte la queja en su forma de vida y contagia ese malestar a los demás.

• El narcisista. El experto destaca que este prototipo se caracteriza por el sentimiento de grandeza y la necesidad de sentirse admirado. “Se tienen a sí mismos como referencia aunque en realidad son muy inseguros”, matiza. Además, muestran de forma continua sus logros y “se rodean de gente que los aplauda, si alguien les hace sombra en algo agreden y buscan dañar la estima del otro”.

• El triangulador. Aquel que utiliza a un tercero para hacer daño a otra persona. A tiene un problema con B y se lo cuenta a C para provocar que hable con B, aunque no lo pide directamente. “Son personas que no pueden enfrentar de forma abierta el problema que tienen y buscan a terceros”, concluye.

• Chismoso. Existen tres posibilidades que motivan la actuación de este prototipo:

1. Tener un gran vacío interior que genera la necesidad de usar las historias de los demás para taparlo.

2. Hablar de otra persona para destruirla.

3. Difundir un rumor para quedar bien delante de otros. Se trata de una forma encubierta de mostrar superioridad, “buscan calmar la ansiedad con un chisme aunque genera el efecto contrario, la aumenta”, matiza.

¿Cómo identificar a una persona tóxica?

El autor sostiene que estos individuos siempre están en un extremo: o viven en el placer absoluto y evitan el dolor o viceversa, o son independientes y nunca piden ayuda, o totalmente pasivos y dependen de otros. Además de usar la intuición para detectar estas relaciones asimétricas, el psicólogo señala sus dos rasgos fundamentales:

• Transmisores de culpa. Frases como “yo sufrí por ti” o “hice lo que me dijiste y qué mal me fue” son habituales en los “tóxicos”. El especialista afirma que nunca asumen responsabilidades y el problema siempre lo tienen los demás.

• Transmisores de miedo. Frecuente en aquellos que se apropian de los méritos ajenos y en conductas autoritarias “que engendran temor”.

Protégete ante la toxicidad

Para evitar que la toxicidad nos invada, Stamateas recomienda trabajar la estima que nos permite aceptar nuestras limitaciones y virtudes. De este modo, seremos capaces de ser activos pero también pasivos para pedir ayuda en determinadas situaciones, disfrutar tanto de la compañía como de la soledad y aproximarnos al dolor para enfrentarlo o al placer para deleitarnos.

Una vez identificada la persona dañina, la estrategia a seguir pasa por:

• Alejarnos, evitar el contacto dentro de lo posible con el tóxico.

• Cuando se trata de gente que pertenece a nuestro entorno, ya sea familiar o laboral, hay que establecer límites. El especialista hace hincapié en que “el límite no limita, libera” y ayuda a mejorar los vínculos porque los tóxicos siempre invaden. Además, aconseja usar el “sí” y el “no”, marcar territorio y recuperar los derechos asertivos como elegir con quien salgo, equivocarme o cambiar de opinión.

¿Soy tóxico?

El psicólogo asegura que todos tenemos rasgos tóxicos, la diferencia está en no hacer de éstos nuestro estilo de vida. “Ser tóxico es una manera de sentir, pensar y actuar, nunca se reconocen como tal y no hacen introspección”, matiza.

“Pensar que no tenemos rasgos tóxicos sería pararnos en la omnipotencia y creer que somos los más tóxicos en la impotencia”, asegura Stamateas quien considera que el equilibrio reside en conocer nuestras debilidades y virtudes al “ser capaces de vernos completamente”.

Para no caer en la toxicidad hay que ser interdependiente, saber que hay cosas que podemos hacer y otras que no, indica el autor, quien insiste en que la felicidad personal es una construcción interna y en que debemos cuidar de nosotros mismos porque nadie más lo hará.

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