lunes, 28 de julio de 2014

¿Por qué buscamos palabras que nos consuelen?

Soplar una herida, enjugar una lágrima, decir una palabra amable... remedios eficaces para los males de los más pequeños... ¡Ojalá funcionaran siempre! ¿Pero y qué hay de nosotros, los adultos? ¿Tenemos todavía derecho a esperar que nos consuelen de nuestros males? ¿Podemos consolar a quienes nos rodean? Estos consejos para ayudarte a mitigar las penas...

DAR Y COMPARTIR

Todo depende, evidentemente, de la gravedad de la pena, pero muchos males pueden atajarse con la simple presencia de alguien que se muestre cercano.

A veces basta con una mirada, un gesto tierno o una palabra cariñosa para aliviar una pena. Consolar empieza por no dejar al otro solo. Es el hecho de estar ahí, de forma efectiva y afectiva, lo que hace que al sufrimiento no se añada el sentimiento de soledad.

El momento de consuelo es el de dar y compartir, porque ambos son la prueba de que vivir sigue teniendo sentido, por encima del motivo que haya generado el malestar.

El hecho de dar y compartir restablece el gusto por la vida; compartir lo que nos pesa; dar nuestro calor humano, a través de gestos y palabras que nos envían o que enviamos.

PALABRAS DE CONSUELO

Las palabras de consuelo son las que te hacen recuperar la fe en la vida; las que querría escuchar y en las que querría creer el que está sufriendo, pero que ahora mismo no puede por sí solo... palabras para recordar que, por encima de las más grandes aflicciones, una parte de la vida permanece intacta, que el tiempo todo lo borra y que la alegría de vivir volverá a perfilarse como algo posible.

En palabras de Freud, la palabra adecuada, dicha en un entorno amistoso o en el marco de un tratamiento psicológico, permite que se “haga idea” y que se “convierta en proyecto lo que ha caído en desgracia”; la palabra conforta y reconforta el “impulso de vida” que mora en nosotros.

Sin embargo, cuando nos encontramos en una situación de desgracia extrema, las palabras adecuadas y las muestras de afección no tienen el poder de curar, pueden ayudar a sobrellevar el sufrimiento, a pasar por él, pero no consiguen anularlo. En tales casos se hace necesario recurrir a otras vías y a los especialistas.

NOSTALGIA DEL REFUGIO MATERNO

Todos cargamos con la nostalgia de un mundo lejano en que era posible echarse en los brazos de alguien mayor para llorar.

En ese mismo instante nos envolvía un bienestar absoluto. Ahora bien, aunque el deseo de recibir consuelo es legítimo a cualquier edad, es demasiado ilusorio esperarlo todo de ese consuelo. A lo que puede ofrecerse quien nos consuela es a acompañar el paso del tiempo, de la vida que vuelve a encarrillarse; a acompañar ese “trabajo de duelo”, diría Freud, cuyo complimiento solo corresponde al que sufre. Es muy probable que el hecho de haber sido amado, mimado, consolado durante la infancia contribuya a cumplir de forma más libre ese profundo trabajo interior.

ENCONTRAR CONSUELO

EN UNO MISMO

Una parte importante del camino que lleva a la consolidación pasa por nosotros mismos. Se trata de movilizar en uno mismo ese otro yo, seguro, reparador, como lo fue en otro momento la presencia materna, para encontrar algo que mitigue la pena.

Haber interiorizado ese valioso bienestar permite encontrar en uno mismo los recursos necesarios para completar el proceso que permite, en último lugar, optar por la vida y no postrarse ante la desesperanza: aceptar, soportar, superar y amar a pesar de todo.

Este movimiento, esta transformación interior nos pertenece, y la presencia cálida de otra persona solo puede resultar beneficiosa.

La figura del inconsolable es la del que se niega a saberse vulnerable a las heridas, permeable a las palabras de otra persona, que se niega a sí mismo la condición de ser humano.

Ahora bien, el consuelo nos recuerda qué es lo que nos hace amar la vida: la posibilidad de establecer un vínculo con alguien y compartir penas y alegrías (futuras) con quienes nos rodean. Así pues, dejémonos consolar... y aprendamos a consolar.

El poder de un abrazo



El contacto físico no es solo agradable, es necesario para nuestro bienestar psicológico, emocional y corporal; acrecienta la alegría y la salud del individuo y de la sociedad.

Y claro que eso es definitivamente real. Todos funcionaríamos mejor durante el día, si abrazáramos o nos dejáramos abrazar. Si bien es cierto que dar o recibir un abrazo es algo simple y cotidiano, casi todos desconocemos la dimensión de plenitud que nos proporciona (...).

El abrazo es asexual y por lo general reconocemos un abrazo cariñoso, consolador o juguetón, del abrazo de pareja. Cada uno tiene muy en claro que tipo de abrazo está dando, ya que el abrazado responderá en el mismo tono. El abrazo se da y se recibe. A veces uno es el abrazado y otras, el que abraza. Cuando se quiere un abrazo, no hay que esperar a que el otro adivine, es necesario pedirlo.

Este gesto se da en todos los niveles de relación interpersonal. Todos tenemos necesidad de tocar y ser tocados, de amar y ser amados. Por ello, en el abrazo hay que ser humildes y vulnerables, para entregarnos él y al abrazo.

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