lunes, 23 de junio de 2014

¿Por qué se nos cierra el estómago cuando estamos nerviosos?

Una entrevista de trabajo, el día de nuestra boda, una primera cita, estar enamorado... hay momentos de la vida en que los nervios se apoderan de nosotros y nos cierran el estómago. Sin embargo, también pasa lo contrario. Por ejemplo, en rachas de mucho estrés por el trabajo o si estamos tristes por una ruptura sentimental, nuestro estómago se convierte en un pozo sin fondo. Podemos comernos cualquier cosa, aunque tendemos a buscar lo sabroso, más que a lo sano, porque nos provoca un placer inmediato. Pero ¿por qué nuestro cuerpo reacciona así?

«Puede estar relacionado con la respuesta hormonal», afirma la doctora Marta Garaulet, catedrática de Fisiología y Nutrición de la Universidad de Murcia, profesora visitante en Harvard y autora del libro «Pierde peso sin perder la cabeza». Según explica a ABC la experta, si el estrés es puntual «prima la respuesta de la adrenalina sobre el cortisol, lo que hace que disminuya el apetito y además se produzca movilización de grasa del organismo». Pero si el estrés es crónico, en la respuesta fisiológica a este estrés «prima el cortisol frente a la adrenalina, por lo que aumenta el apetito y además se acumula más grasa en el tejido adiposo abdominal que es dónde tenemos más concentrados los receptores a cortisol».

Estos dos fenómenos, el de la falta de apetito o el hambre provocado por los nervios, «dependen tanto del tipo de estímulo que causa el "estado de nervios", no es lo mismo ansiedad que angustia o tristeza; de la persona que lo sufre (podrá haber personas más susceptibles genéticamente a sufrir estos episodios) y probablemente de condicionantes adquiridos durante la vida», explica a ABC el doctor Esteban Jódar, jefe del Servicio de Endocrinología del Hospital Universitario Quirón.

El endocrinólogo alerta de que el apetito relacionado con el estrés puede empeorar «si se toman alimentos más adictivos» o mejorar con la práctica regular de ejercicio. Como dato curioso, comenta que, se ha comprobado que si a mujeres que están siguiendo un programa de modificación de hábitos para cambios en el estilo de vida se les da a oler naranjas frescas antes de ofrecerles chocolate, les resulta más fácil evitarlo.

«Las personas que presentan un mayor estrés crónico se alejan más de la dieta mediterránea, comen menos verduras, frutas y menos carbohidratos complejos mientras que aumenta la ingesta de grasa saturada (bollería, embutidos, mantecas)», explica la doctora Garaulet.

La tristeza también nos despierta el apetito, y no de lo más sano. Más de uno y de una es capaz de devorar un bote de helado entero tras un fracaso. Esto se debe a que en estados de ansiedad y depresión disminuye la serotonina, conocida como la hormona de la felicidad. «Existen estudios que muestran que la ingesta de hidratos de carbono aumentan la disponibilidad de su precursor, el triptófano, por lo que se incrementa la formación de serotonina. En definitiva, comer dulces nos hace más felices», añade la experta.

Pero cuidado. Porque optar por los alimentos ricos en azúcar y en grasas para calmar nuestra ansiedad «pueden originar una necesidad de consumir cantidades progresivamente mayores para sentir la misma sensación de placer», advierte el doctor Jódar.

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