domingo, 20 de abril de 2014

Gastamos más, pero somos menos felices



La sabiduría popular dice que el dinero no compra la felicidad y la picardía criolla le agregó “pero bien que la imita”. Sicólogos y estudiosos le han dedicado tiempo y energía a descubrir por qué en estos tiempos modernos gastamos más, pero irónicamente somos menos felices.

¿Será que la sociedad de consumo se esfuerza por brindarnos cosas cuya satisfacción es efímera? o peor aún, ¿que nos generan mayor angustia porque nos vuelven insaciables?
“A fin de año aparté de mi aguinaldo Bs 630 para comprarle a mi hija la mochila Totto que tanto quería. Disfruté su rostro sonriente el primer día de clases con su flamante adquisición a cuestas, pero la felicidad me duró poco porque la niña volvió a la casa hablando maravillas de la espectacular mochila Kipling de su compañera y de cómo se han puesto de moda”. Esa fue la queja de una madre de familia que estaba contando su frustración en un ruedo armado espontáneamente a la hora de salida del colegio. Otra se lamentaba de que apenas le había alcanzado su presupuesto para comprarse un modelo Samsung Galaxy IV y ahora ya estaba ansiando comprarse el Galaxy V.

Al parecer, nada es suficiente y la insatisfacción ha llegado a nuestras vidas para quedarse.
El libro Dinero feliz: la nueva ciencia de gasto más inteligente sugiere que una vez las personas logran cubrir sus necesidades básicas (alimento, salud, cobijo, educación), tener mayor riqueza no necesariamente se traduce en mayor felicidad.

En sus páginas se explica que tener más dinero abre las puertas a cosas deseables como vivir en un barrio más bonito y comer en un restaurante de lujo, pero también trae consigo situaciones que irónicamente podrían hacernos menos felices.

En este sentido, enumera los riesgos que trae una billetera abultada, como convertir a su dueño en una persona más egoísta y menos dispuesta a ofrecer y recibir ayuda de otros. También podría hacerlo menos sociable y hasta dudar sobre las razones por las cuales otras personas (cónyuges y familiares) buscan su cercanía y amistad. Por si fuera poco, podría llevar a maleducar a los hijos, al brindarles en abundancia las cosas provocando que no sepan apreciar cuánto en realidad valen y las malgasten.

La recomendación final sugiere comprar experiencias en lugar de objetos. “Las cosas materiales, desde los lápices ordinarios hasta las mansiones extravagantes, terminan por darnos menos felicidad que las compras ‘experienciales’, tales como viajes, conciertos y cenas especiales. Mientras que la novedad y la satisfacción que obtenemos de las cosas materiales tienden a desaparecer con el tiempo, los recuerdos de nuestras experiencias memorables suelen ser más valiosos y satisfactorios, especialmente cuando involucran sentimientos de conexión con otras personas”.

A propósito de este tema, la sicóloga Paula Benedict subraya que es un error confundir placer con felicidad y que nos equivocamos al creer que el dinero permitirá eliminar toda carencia o vivencia de insatisfacción.
Y la orientadora familiar Dalia Muñoz apunta que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

Poder adquisitivo y dinero
“Ni la experiencia comprada más sublime o más divertida es capaz de proveer felicidad por sí misma, la felicidad es una permanente búsqueda de equilibrio personal así como una tarea para evitar el dolor. La felicidad es una construcción emocional ligada al desarrollo espiritual y a la capacidad de establecer relaciones interpersonales armoniosas. El dinero será bienvenido y utilizado cuando se administre sabiamente para obtener alimentación, seguridad, salud y educación, todo lo demás es suntuario y muchas veces genera frágiles espejismos de felicidad”, acota Benedict.

Para ella, la carrera del consumismo imprudente generado por la cultura del lujo, puede generar estados de malestar profundo cuando no se pueden adquirir ciertos objetos del falso deseo o de la urgencia por presumir su posesión y remata: “Dinero no es equivalente a felicidad ni felicidad es equivalente a placer”.

Sobre el mismo punto, la orientadora familiar Dalia Muñoz apunta: “Los humanos nos sentimos felices si somos amados, si podemos amar, si nos podemos realizar como profesionales y si en nuestro círculo social disfrutamos de prestigio en una determinada área. Pero para poder disfrutar de esta situación primero hay que poder comer. Hasta que no tenemos nuestras necesidades básicas resueltas, y en esto tiene gran parte de influencia el dinero, no podemos disfrutar de factores motivacionales superiores”.

Para ella hay un mínimo de bienestar económico necesario para poder vivir en comunidad. Una vez alcanzado, el dinero deja de ser el protagonista de nuestra felicidad.

Lo que otorga el dinero
“El dinero puede dar seguridad cuando se habla de poseer un espacio donde protegerse y donde reposar luego de las jornadas diarias de trabajo o actividad. Pero si se habla de obtener seguridad o autoestima en la medida del dinero poseído, estaremos en el camino equivocado, la fortaleza personal se logra luego de un proceso de maduración y de templanza frente a los desafíos y las dificultades de la vida”, sintetiza muy bien Benedict.

Por su parte, Muñoz acota que el dinero es un instrumento. “Hay que saber para qué se quiere; hay que saber cuánto se necesita; hay que saber lo que cuesta. Con esos datos podemos poner límites a la avaricia y dejar espacio y energías libres para dedicarse a los demás bienes importantes de esta vida: la cultura, la religión, las relaciones humanas, la amistad, etc.”

Llenar la vida con otras cosas
“El amor, la paz, la armonía entre los miembros de una familia; el disfrute de las cosas sencillas de la vida, la capacidad de admiración frente a la naturaleza, la posibilidad de sentirse creativo y útil para otros, la sabiduría de disfrutar de lo que se tiene y de no ambicionar lo que otros poseen, todo esto permitirá lograr un equilibrio entre la necesidad y utilidad del dinero de tal forma que no se instale una sobrevaloración del tener sobre el ser”, revela Benedict.

Sobre el punto Muñoz afirma que los factores que contribuyen en mayor medida al bienestar son la vida familiar, la interacción social, la autoestima y valía de uno mismo. “Ninguno de estos factores están relacionados con el dinero, entonces queda claro que no podemos comprarlos”.

Esta deducción lógica podría explicar muy bien el sorprendente fracaso del poder del dinero frente a la felicidad. Por eso es bueno separar la satisfacción que puede generar el poder proveerse de lo necesario con dinero, de lo que es realmente la felicidad

ALCANZAR LA FELICIDAD CUESTA POCO DINERO

Extraído del libro Dinero feliz

Por Rafael Ortega

Hacer del consumo una ocasión especial. Cuando disfrutar de algo que nos gusta no es una experiencia de todos los días, lo apreciamos y valoramos más.
Comprar tiempo. Al liberar tiempo de aquellas tareas que nos generan aburrimiento e insatisfacción para dedicarlo a hacer cosas que nos gustan y nos interesan, aumentamos nuestra felicidad.

Pagar ahora y consumir después. Realizar el pago de manera anticipada y a la vez distanciada del momento del consumo, no solo nos ayuda a excedernos menos con nuestros gastos, sino que cuando llega el momento de consumir, se siente como si este fuera gratis, lo cual nos hace aún más felices.

Invertir en otros. Gastar nuestro dinero en otras personas nos hace más felices que cuando lo gastamos en nosotros mismos.

Conclusiones. Este libro invita a tener expectativas más realistas en cuanto al impacto que una mayor riqueza podría tener sobre nuestra felicidad y, quizás, a ser menos obsesivos al respecto.

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