A Manley le gustaba cazar y pescar. Su idea de la
buena vida era la de adentrarse setenta kilómetros en el bosque con su caña y ,su rifle y regresar a pie un par de
días más tarde, agotado, cubierto de barro pero muy feliz.
Lo malo era que aquella afición le robaba demasiado tiempo de su trabajo como agente de seguros.
Un día,
mientras abandonaba uno de sus lagos de percas preferidos para regresar a su despacho, a Manley se le ocurrió
una descabellada idea. Si hubiera en alguna parte gente que viviera en el bosque... gente que necesitara pólizas de
seguros. ¡Entonces él podría trabajar y vivir al mismo tiempo al aire libre! Y, en efecto, Manley descubrió que esta
gente existía: los hombres que trabajaban en el ferrocarril de Alaska. Vivían en casetas diseminadas a lo largo de los
800 kilómetros de las vías. ¿Y si les vendiera seguros a aquellos ferroviarios y a los cazadores de pieles y a los
mineros de oro de la zona?
El mismo día en que se le ocurrió la idea, Sweaze empezó a forjar planes positivos. Consultó a una a encia
de viajes y empezó a hacer las maletas. No permitió que las dudas se insinuaran subrepticiamente y le
asustaran, induciéndole a creer que su idea tal vez fiera descabellada... y que tal vez fallara. En lugar de
analizar excesivamente la idea en busca de posibles defectos, tomó un barco rumbo a Seward. Alaska.
Recorrió el ferrocarril en toda su longitud muchísimas veces.
El «Andarín Sweazey», tal como le llamaban, se
convirtió en un personaje bien recibido por aquellas gentes no sólo porque les vendía seguros, cosa que nadie se
había molestado en hacer hasta entonces, sino también porque representaba el mundo exterior. Se molestó en
recorrer un kilómetro de más. Porque aprendió a cortar el cabello y lo hacía gratis. Y también aprendió a guisar.
Dado que los hombres solteros solían comer sobre todo conservas y tocino, Manley, con sus habilidades culinarias,
era un huésped bien recibido. Entretanto, hacia lo que naturalmente se le ofrecía. Hacia lo que quería hacer recorrer
las colinas, cazar, pescar y, tal como él decía: «vivir la vida de Sweazey».
En el sector de los seguros de vida existe un lugar de honor especial reservado a los hombres que venden en un
año por valor de más de un millón de dólares. Se llama la Mesa Redonda del Millón de Dólares.
Y lo más
extraordinario y casi increíble de la historia de Manley Sweazey es que, habiendo actuado impulsivamente,
habiéndose dirigido a los bosques de Alaska habiendo recorrido la zona del ferrocarril a la que nadie se había
molestado en ir, consiguió en un año unas ventas por valor de más de un millón de dólares, ocupando así un
merecido lugar en la Mesa Redonda.
Y nada de todo ello hubiera ocurrido si él hubiera vacilado en utilizar el secreto para conseguir hacer las cosas
cuando se le ocurrió la «descabellada» idea.
Apréndase de memoria el mecanismo de autoarranque del ¡HAZLO AHORA!
El ¡HAZLO AHORA! puede influir en todas las fases de su vida. Puede ayudarle a hacer las cosas que tiene
que hacer pero que no le apetece hacer. Puede impedirle aplazar un deber desagradable que se le presente.
Pero también puede ayudarle a hacer las cosas que usted quiere hacer, tal como le ocurrió a Manley Sweazey.
Le ayudará a aprovechar aquellos valiosos momentos que, cuando se pierden, ya nunca se recuperán. La
palabra de afecto a un amigo, por ejemplo. La llamada telefónica a un socio, diciéndole simplemente que lo admira.
Todo en respuesta al mecanismo de autoarranque del ¡HAZLO AHORA!
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