lunes, 5 de agosto de 2013

EL DÍA QUE SE HUBIERA PODIDO ECHAR A PERDER. - II

¿Está usted asustado de sus mejores ideas? Una de las cosas que a menudo nos impide apresar el AHORA es una especie de timidez ante nuestras propias aspiraciones. Sentimos un poco de miedo ante nuestras propias ideas la primera vez que se nos ocurren. Pueden parecemos excesivamente originales y descabelladas. 
No cabe la menor duda: hace falta cierta audacia para poner en práctica una idea no probada. Y, sin embargo, es precisamente esta clase de audacia la que a menudo lleva a los más espectaculares resultados La famosa escritora Elsie Lee nos habla de Rut Butler y de su hermana Eleanor, hijas de un peletero de Nueva York conocido en todo el país. «Mi padre fue un pintor fallido -dice Ruth-, Tenía talento, pero la necesidad de ganarse la vida no le dejó tiempo para crearse una reputación como artista. Por eso se dedicó a coleccionar cuadros. Más adelante, empezó a comprar cuadros para Eleanor y para mí.» De este modo, las muchachas aprendieron a conocer y apreciar las bellas artes y adquirieron un impecable buen gusto. Cuando fueron mayores, los amigos solían pedirles consejo acerca de los cuadros que deberían adquirir para sus hogares. 
A menudo prestaban piezas de su colección durante breves períodos. Un día, Eleanor despertó a Ruth a las tres de la madrugada. «¡No empieces a discutir porque tengo una idea tremenda! Vamos a formar una alianza magistral.» «¿Y qué demonios es una alianza magistral?» «Una alianza magistral es la coordinación de los esfuerzos y conocimientos, en un espíritu de armonía, entre dos o más personas con el fin de alcanzar un objetivo concreto. Yeso es exactamente lo que vamos a hacer. ¡Vamos a organizar un negocio de alquiler de cuadros!» Y Ruth se mostró de acuerdo. 
Fue una idea tremenda. Pusieron manos a la obra aquel mismo día, a pesar de las advertencias que les hicieron los amigos sobre los peligros que podían correr: les podían perder o robar los cuadros y tal vez surgieran procesos legales y problemas de seguros. Pero ellas se pusieron inmediatamente a trabajar, reuniendo un capital de 300 dólares y convenciendo a su padre de que les prestara el sótano de su peletería sin cobrarles alquiler. «Instalamos 1.800 cuadros de nuestra colección entre los maniquíes de los abrigos -recuerda Ruth-, haciendo caso omiso de la triste mirada de desaprobación de nuestro padre. 
El primer año fue muy difícil... una auténtica lucha.» Pero la original idea dio resultado. La empresa, conocida como la Biblioteca Circulante de Cuadros de Nueva York, alcanzó un gran éxito... con unos 500 cuadros alquilados constantemente a empresas comerciales, médicos, abogados y domicilios particulares. Un apreciado cliente fue durante ocho años un recluso de la penitenciaría de Massachusetts. Escribió humildemente, señalando que tal vez la Biblioteca no querría alquilarle un cuadro habida cuenta de su domicilio. 
Los cuadros le fueron enviados libres de alquiler y con tan sólo los gastos de transporte. A cambio, Ruth y Eleanor recibieron una carta de la dirección de la prisión en la que se les comunicaba que los cuadros estaban siendo utilizados en in curso de iniciación a las artes del que iban a beneficiarse muchos cientos de reclusos. Ruth y Eleanor empezaron su negocio con una idea. 
Y después respaldaron su idea con una acción inmediata. El resultado fue un beneficio para ellas y una fuente de placer y felicidad para muchas otras personas.

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