En los Estados Unidos nacen cada
año 450.000 niños fuera de la institución matrimonial y más de un millón y medio de adolescentes ingresan en
instituciones penitenciarias por robo de automóviles y' otros delitos. Esas tragedias personales podrían evitarse
en muchos casos si: (a) los padres aprendieran a utilizar adecuadamente la sugestión, y (b) a sus hijos e hijas
se les enseñara a utilizar eficazmente la autosugestión espiritual. Por medio de un adecuado uso de la
sugestión, se podría estimular a los jóvenes a desarrollar unas normas morales inviolables por medio de su
propia autosugestión consciente y éstos Podrían así neutralizar o rechazar con inteligencia las sugestiones
indeseables de sus compañeros.
Como es natural, el individuo suele responder con más frecuencia a lo largo de toda su vida a una
autosugestión (inconciente) que a la autosugestión consciente. En tales casos, responde al hábito y a un
impulso interior del subconsciente.
Cuando un hombre con una AMP se enfrenta con un serio problema
personal, los factores de automotivación surgen del subconciente y llegan hasta la conciencia para acudir en su
ayuda. Ello es especialmente cierto en momentos emergencia, sobre todo cuando está a punto de abrirse la
puerta de la muerte. Es lo que le ocurrió a Ralph Weppner de Toowoomba, Queensland, Australia, uno de los
alumnos de nuestro curso AMP, «La ciencia del éxito».
Era la una y media de la madrugada. En una pequeña habitación de hospital, dos enfermeras se encontraban
junto al cuerpo de Ralph. A las cuatro y media de la tarde anterior, se había llamado con urgencia a la familia
para que acudiera al hospital. Al llegar los familiares junto al lecho del enfermo, Ralph se encontraba en estado
de coma como consecuencia de un grave ataque al corazón. Los parientes se hallaban en el pasillo, cada uno
de ellos preocupándose por él o rezando a su manera.
En la habitación escasamente iluminada, ambas enfermeras se afanaban con inquietud -cada una en una
muñeca-, tratando de encontrarle el pulso. Puesto que Ralph había estado en coma durante todo aquel período
de seis horas y el médico había hecho todo lo que había podido, éste había abandonado la habitación, yendo a
visitar a otros pacientes del hospital que también se encontraban en situación crítica.
Ralph no podía moverse, hablar ni sentir nada.
Y, sin embargo, podía oír las voces de las enfermeras, Pudo
pensar claramente durante algunos momentos. Oyó que una de las enfermeras decía muy excitada
«¡No respira! ¿Puede usted encontrarle el pulso?» «No», fue la respuesta. Una y otra vez oyó la pregunta y la respuesta «¿Puede usted encontrarle el pulso?». «No.»
«Estoy bien -pensaba él-, pero debo decírselo. Tengo que encontrar el medio de decírselo.»
Al mismo tiempo, le resultaba gracioso que las enfermeras se engañaran de aquel modo. Y seguía pensando:
«Estoy muy bien. No voy a morir. Pero ¿cómo... cómo... se lo voy a decir?»
Y entonces recordó el factor de automotivación que había aprendido: ¡Puede hacerlo si cree que puede!
Trató de abrir los ojos, pero parecía que cuanto más lo intentaba, tanto más imposible le era. Sus párpados
no respondían a las órdenes de su voluntad.
Trató de mover el brazo, la pierna, la cabeza... pero no podía sentir ninguna reacción en absoluto. En
realidad, no sentía nada. Una y otra vez trató de abrir los ojos hasta que, al final, oyó unas palabras:
«Me ha
parecido verle parpadear... aún está ahí».
«No experimentaba ningún temor -dice Ralph-, y seguía pensando que todo aquello resultaba muy gracioso.
Periódicamente, una de las enfermeras me decía: "¿Está usted ahí, señor Weppner? ¿Está usted ahí?". A lo
cual yo trataba de responder, moviendo el párpado para decirles que estaba bien... que aún estaba ahí.»
La situación se prolongó durante un buen rato hasta que, gracias a sus constantes esfuerzos, Ralph pudo
abrir finalmente un ojo y después el otro. Fue entonces cuando el médico regresó. Con una extraordinaria
pericia y persistencia entre él y las enfermeras le devolvieron a la vida.
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