lunes, 11 de febrero de 2013

Sufrir con los que sufren - II


En la carretera que va de Jerusalén a Jericó, es decir, en los infinitos caminos del mundo, el samaritano en­contrará hoy día, arrumbados a la vera del camino, un sinfin de inmigrantes y emigrantes, cansados en su deambular tras un empleo decoroso.
            Debido al desequilibrio socio-político nacional e in­ternacional, encontrará un enjambre ingente de asila­dos, refugiados, desterrados, indocumentados.
            Encontrará también, en situación de abandono y so­ledad, millares de ancianos, minusválidos, masas de campesinos e indígenas en su interminable éxodo del campo a las urbes. Se encontrará, en fin, con el triste espectáculo de la vagancia infantil, niños entregados a la mendicidad y a los vicios...
            Por todo lo cual el samaritano moderno tiene un peligro: el de sentirse abrumado por la altura monu­mental de la miseria humana y el de dejarse dominar por el sentimiento de impotencia y desesperanza.
            Según entiendo, hay una sola manera de sortear este desaliento: no dejar de mirar a Aquel que “pasó por todas partes haciendo el bien a todos” (He 10,38), a Aquel que “recorría ciudades y aldeas sanando toda dolencia y toda enfermedad” (Mt 9,35), a Aquel que, en suma, fue el hombre para los hombres (Lc 14,2-4; 12,11-13; Mt 11,28s; Lc 8,18s; Mt 25,34s; Mc 2,17; Mc 6,34; 8,2; Mt 11,5; Jn 6,1-16; Lc 22,51).

No hay comentarios:

Publicar un comentario