martes, 15 de enero de 2013

Tres conceptos sobre el amor


Varios pensadores han percibido la analogía del amor con el arte por el hecho de que ambos son elaboraciones culturales a cargo del espíritu con materiales proporcionados por la naturaleza. La naturaleza suministra los elementos brutos como la división de los sexos, necesidades de complementación y reproducción, todo lo cual engendraría, a su vez, instintos y deseos que el espíritu dispone en un orden capaz de satisfacer las exigencias de su mayor o menor elevación. Esto no es sino decir que el espíritu proporcionalmente a su finura o educación construye sobre los deseos un edificio sentimental que no significa otra cosa que la culturalización de sus bases biológicas.

Esta torpe infraestructura determina que los humanos como otros muchos seres vivos, se encuentren predispuestos para amar, más que en otro momento de su existencia, en el de su plenitud vital o juventud, edad que actúa como “filtro” poderoso, manifiesto en la forma de deseos vagos que inspiran sentimientos de ternura y espera. Tal es la razón para que se afirme la condición natural del nacimiento del amor. Éste despertar orgánico que se encuentran en el fondo del amor, remueve la totalidad de las funciones psíquicas humanas, y entre ellas las funciones de la atención especialmente.

Sin embargo, no se pierda de vista que la atención es una concentración de la conciencia sobre aquello que se convierte en su objeto. En el caso de los enamorados, ésta concentración de la conciencia sobre la persona amada, implica unilateralidad conciencial, es decir, iluminación sobre un solo hemisferio psíquico, y exclusión o expulsión del foco o campo de sus percepciones del otro hemisferio personal; del resto de las cosas del mundo que quedarían soterradas en la penumbra. De esta manera la índole de la atención convierte a los enamorados no precisamente en ciegos totales como la voz popular dice (novio, novios), sino en ciegos parciales, porque mientras apenas ven el costado desfavorable del amado o amada, son clarividentes o ultrasensibles para el costado bueno de los mismos. También pensaba así el filósofo Ortega y Gasset, cuando teorizando sobre el amor lo caracterizó con la frase de viejo cuño que reza: “dime a quién atiendes y te diré a quién amas”.

Debemos insistir que la atención no opera desde la nada y sin nada, sino que ella cumple su trabajo sobre materiales preexistentes que en este caso serían las cualidades humanas presentes en la persona querida y que oficia el papel semejante al que desempeñan las vigas, ladrillos y piedras en las construcciones reales de la arquitectura, construcciones en las cuales solamente las ideas pertenecen al arquitecto, es decir la combinación de elementos de la que resultan las formas y adecuadas combinaciones.

Llevamos dicho que en el amor, por una parte se opera una exaltación psíquica, y por otra parte, que entre las facultades en tensión, sobresale la concentración de la conciencia sobre un lado del objeto amado y que por ello los enamorados viven una vida estrecha por la especie de sectarismo en que los sume la atención; su existencia se empobrece en su fragmentado mundo atendido. Ahora nos corresponde completar la idea señalando que, a su vez, aquella vida en igual dimensión en que se ha encogido se intensifica y profundiza. Al calor de esta intensidad profunda las operaciones psíquicas se elevan y subliman, y diríase que hace su ingreso el espíritu, que comienza la actuación de la parte superior de los humanos, de sus porciones cultivadas, de lo que constituye el ser humano mismo en cuanto tal. A estas refinadas posibilidades, a esta sensibilidad cálida y alta, idónea para instancias como la belleza, el bien, la justicia, lo verdadero, el amor en sus modulaciones múltiples sabe lo que se quiere expresar con el término “valores”, e idea y ejecuta, sea una construcción soberbia que llamamos amor o solamente una cabaña que también llamamos amor, pero que no tiene de fantasía nada más que su exposición al sol y sin el cual sería un deseo natural solamente.

A través del anterior proceso esquemático, la porción cultivada de los seres humanos o espíritu, atribuye y cubre de perfecciones a los que aman hasta transformarlos de seres reales en seres ideales y por tanto en seres diferentes y superiores a ellos mismos. Y no podría suceder de otra manera, si se observa que bajo los efectos de la contracción conciencial el espíritu trabaja con las fantasías de la imaginación sobre una sola de las dimensiones del ser amado, preferentemente sobre sus aspectos positivos o buenos; por esto es posible decir que el enamoramiento es una faena intelectual y ética artísticamente concebida, una actuación superior fantástica, proyectada sobre uno de los dos hemisferios que tienen siempre los objetos: los lados buenos y malos o lo mejor y lo peor de las cosas. De manera idéntica, pero al revés, sucede con el odiador que permanece como prendido del lado peor o aspectos negativos de ser odiado. El amante y el odiador, son sujetos “enojados” porque tienen en ojo a los objetos de su atención, ambos sentimientos, odio y amor, son mellizos en este sentido, y es posible pasar del uno al otro; es decir, pasar de amar a odiar o pasar de odiar a amar, porque de atender el lado positivo de los sujetos se puede pasar fácilmente a atender su lado negativo; en ambos casos, enamorados y odiadores, están bajo los efectos de una exaltación atencional con raíces instintivas.

Todavía conviene señalar que la operación de rechazo y apropiación de cualidades personales no sólo se cumple sobre el objeto amado, sino también sobre el conjunto de personas que se mueven ante nuestros ojos, hasta que nos fijemos en una entre todas para después proseguir la tarea selectiva sobre esta persona elegida.

Luego también convendría aclarar que lo que entendemos por espíritu no es sino un sistema de intereses y preferencias axiológicas, organizadas por las funciones de la razón, la voluntad y la imaginación especialmente. Que con ellas espumamos, buscamos calidades capaces de coincidir con nuestros gustos; exigencias y aspiraciones formuladas en las noches de la construcción personal.

De ahí que no pueda sorprender que tales coincidencias con las formulaciones arcanas de nuestra personalidad raigal, se apodere de los hombres hasta encantarlos con sus hechizos. Percibir esta constelación axiológica equivale a percatarnos a través del perfil de nuestro corazón de nuestro perfil espiritual, o más filosóficamente expresado la calidad de lo que amamos denuncia aquello que desde el fondo de nuestra personalidad somos.

Por lo dicho, se puede afirmar que el amor semeja ser un dios porque es creador, y que no amamos a seres reales sino a seres que nosotros en gran parte creamos, y que por esto tales creaciones nuestras pese a sus sótanos naturales, no pueden sino acusar la impronta del espíritu de sus autores. El amor es una versión espiritual objetivada al calor de la exacerbación atencional que proyecta a los hombres hacia el costado perfecto de las cosas amadas. La frase “dime a quién amas y te diré quién eres”, del mismo Ortega y Gasset expresa con sencillez feliz lo que nosotros sostenemos ahora, es decir que el amor es el espejo donde cada uno puede contemplarse, donde se hacen objetivas las potencialidades morales, estéticas e intelectuales. El amor es la cifra de las aspiraciones individuales, y su historia es nuestra mitología personal, de nuestras creencias más altas, de aquello que podemos ofrecer desde el fondo de nuestra autenticidad.

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