sábado, 19 de enero de 2013

Todo es bueno


Las estrellas arden, pero, desde lejos, ¡parecen tan frías y silenciosas! Es su ley. A la orilla de los ríos, en las enramadas, llegada la primavera, los ruiseñores can­tan día y noche. Es su ley.
            En el invierno, el valle se cubre de nieve, en la pri­mavera de flores y en el otoño de frutos. En la época de los deshielos, el río se sale de madre, inunda los valles y arrastra consigo viviendas, animales y personas al seno de la muerte. Es su ley.
            El gavilán se alimenta cazando con sus poderosas ga­rras los incautos pajarillos y los pollitos del corral. Es su ley. La brisa es fresca; el cierzo, frío; el bochorno, caliente. Es su ley.
            Las vacas se alimentan paciendo mansamente en la pradera, y los lobos, devorando los corderos. El hura­cán ha sembrado de ruinas la comarca. El rayo mató varias ovejas, al pastor y su perro. Es su ley.
            Las aves vuelan, las serpientes reptan; el invierno es frío y el verano ardiente; los seres vivientes nacen, cre­cen y mueren. En la primavera llegan las golondrinas, y en el otoño se van. Es su ley.

* * *

            Respetar las leyes del mundo, no irritarse contra ellas, entrar en su curso con gozo y mansedumbre, no enemistarse contra nada, dejar que las cosas sean lo que son, no pretender doblegar su voluntad, dejar pa­sar las cosas a tu lado, sin torcer su rumbo. He aquí el secreto de la paz.
            ¡Vivir!, que es sumergirse en la gran corriente de la vida, participar de alguna manera del pulso del mundo, mirar todo con veneración, tratar con ternura a todas las criaturas de Dios, sentir gratitud y reverencia por todo.
            Cuando el corazón del hombre se haya desprendido de sus lastres y pertenencias y haya renunciado a la codicia del poseer; en suma, cuando se haya purificado de todo aquello que envenena las fuentes de la existen­cia, aquel día habremos retornado a la primera aurora, en que “todo era bueno”.
            Cuando el corazón es luz, todo se viste de luz. De las altas cumbres no bajan aguas turbias, sino transpa­rentes.
            La vida nace, brilla y se apaga. Está bien. El dolor físico es la alarma de la enfermedad. Está bien. ¡Cuán­tas veces una sacudida fuerte en la propia historia sir­vió para enmendar errores y emprender rumbos verda­deros! Está bien.
            Fuera de casos excepcionales, todos tienen recta in­tención. El instinto primario del corazón humano es el de agradar, y su tendencia natural, la de la autenticidad. Vivir es un privilegio, y la existencia, una fiesta. Todo es bueno.

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