viernes, 4 de enero de 2013

Relajación - II


Soltar los frenos.
             La relajación equivale al principio de los resortes: se estira el resorte, y, al dejarlo, vuelve automáticamente a su posición original. Si se estira o se tensa un músculo, luego que se deja de tensar vuelve por sí mismo a su estado normal, a un estado relajado.
            Este trabajo de tensar y aflojar podemos practicarlo consciente y voluntariamente. Y cuando hay dificultad para relajarse es aconsejable tensar los músculos al máximo nivel, y a partir de ahí soltar todo de un golpe.
            Sucede, sin embargo, que, sin damos cuenta, la frente está arrugada, los hombros encogidos, los brazos rígidos y, en general, todo el cuerpo tenso.
            Es igual al caso de un automóvil que avanza con los frenos puestos. En efecto, en la sociedad tecnológica, la mayoría de las personas vive con los nervios frenados:  son las tensiones musculares inconscientes.

* * *

            Hay que soltar los frenos, y es muy fácil. Se hace así:  primeramente despierta, toma conciencia de que estás con los frenos puestos, es decir, que tu sistema neuro­muscular está crispado, agarrotado. Y ahí mismo suel­ta todos los frenos, es decir, suéltate de un golpe, de arriba a abajo, todo entero. Piensa en tu corazón, y suéltalo.
            Esta operación tan simple puede hacerse numerosas veces al día, en cualquier momento, en cualquier lugar:
al detenerse ante un semáforo, en las horas de trabajo, en el metro, al llegar a casa, en un match deportivo, en una entrevista importante, en la cama, sobre todo cuando no se puede dormir...
            Cada uno tiene que ir autoeducándose progresiva­mente hasta llegar a un estado natural de descanso.
            Estatua yacente. Es un ejercicio simple en que la imagi­nación juega un papel importante.
            Te acuestas en la cama, o en el suelo, de espaldas, cómodo. Los brazos abandonados a lo largo del cuerpo, las manos sueltas.
            Tranquilízate al máximo. Toma el control de todo tu ser, parte por parte: deja caer los párpados; suelta la mandíbula; reduce al mínimo posible la actividad men­tal; respira hondo y tranquilo. Recorre con la atención todo tu organismo; y si percibes que en él hay alguna parte tensa, envía allá una orden para relajarla.
    Imagina ser una estatua yacente: siéntete pesado como el mármol, vacío de emociones y pensamientos como una piedra. Siente los brazos sumamente pesa­dos; también las piernas; finalmente, todo el cuerpo. Vacíate por completo de actividad mental. Y sólo con la percepción pura de ti mismo, siéntete como una es­tatua de piedra que no piensa, ni imagina, ni se emo­ciona.
    Permanece así largo rato. Regresa a tu estado normal lentamente, con movimientos suaves.

    Relajación corporal. Con este ejercicio, se obtienen los siguientes beneficios: a) se relaja el cuerpo; b) se ejercita intensivamente en la concentración o autocontrol; c) se su­pera la fatiga nerviosa, y, con el consiguiente fortalecimien­to mental, se avanza hacia el dominio de sí y la unidad in­terior.

    Este ejercicio se puede realizar sentado en un sofá cómodo o acostado.
    Siéntate correctamente: el cuerpo, erecto; la cabeza, también; los brazos y las manos cayendo naturalmente sobre los muslos. Suelta de un golpe todo el organis­mo; respira sereno; inunda de tranquilidad tu mundo interior y toma posesión completa de ti mismo. Ponte sensible y receptivo respecto de ti mismo, cariñoso e identificado con todo tu cuerpo, parte por parte, en la medida en que lo vas recorriendo. Mantén, al máximo posible, vacía tu mente de toda imagen o pensamiento durante todo el ejercicio.

* * *

            Instálate todo tú en tu brazo derecho. Recórrelo desde el hombro hasta la punta de los dedos, despacio, sintiéndolo. Siente cómo está sensible, caliente, vivo. Percibe también, si es posible, el movimiento de la sangre y de las corrientes nerviosas.
            Aprieta fuertemente, con variados y enérgicos movi­mientos, los dedos, hasta formar el puño, y suéltalos en seguida. Al mover los dedos, percibe en el interior del brazo el movimiento de los cables conductores de la corriente neuroeléctrica. Estira intensamente el brazo varias veces, y suéltalo en seguida. Finalmente, déjalo quieto. Concéntrate en él; identifícate con él: “este brazo es mío”. Siéntelo pesado, cada vez más pesado...
Pasa luego al brazo izquierdo y haz lo mismo.
            Pasa después a la pierna derecha y haz exactamente lo mismo que con los brazos. Reconócela como tuya. Recórrela desde el fémur hasta la punta de los dedos, percibiendo cómo está sensible, caliente. Aprieta los dedos y suéltalos. Siente cómo, al apretar los dedos, se tensa la musculatura de la pierna. Levántala un poco y estírala fuertemente, y déjala en seguida varias veces. Quieto, concéntrate en ella, y siéntela como tuya. Sién­tela pesada, cada vez más pesada...
            Haz otro tanto con la pierna izquierda.
            Siente ahora, de un golpe, cómo las cuatro extremi­dades están distendidas, pesadas, descansadas.
            Después, instálate en los hombros. Tranquila pero enérgicamente estira los hombros en todas direcciones, uno hacia arriba y el otro hacia abajo. Tensa y suelta toda la musculatura de la espalda varias veces. Encoge fuertemente los hombros y déjalos caer completamente.
            Instálate ahora en tu frente, zona en la que se traspa­recen las emociones. Frunce el ceño y estira la piel enérgicamente varias veces, y suéltala hasta que sien­tas que la frente queda tersa, relajada. Haz lo mismo con los párpados y con los músculos faciales. Son zonas de la expresión, y por eso muy sensibles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario