jueves, 3 de enero de 2013

Relajación - I


Es el cerebro el que produce las corrientes neuro­eléctricas y neuromagnéticas, las cuales se van instalan­do en las diversas panes del cuerpo. Hay unas zonas del cuerpo más acumulativas que otras. Como efecto de esta acumulación, el organismo puede cargarse de un alto voltaje eléctrico y la persona sentirse tensa.
            Toda tensión es un esfuerzo, y todo esfuerzo, una quema de energías. Esta quema puede ser útil o inútil. Si la tensión se canaliza para el logro de un gran pro­pósito, es un esfuerzo positivo. Lo lamentable es cuan­do la energía es desperdiciada inútilmente. Y no sólo puede ser un desperdicio inútil, sino también, y sobre todo, nocivo.
    Y así nos encontramos con personas que viven día y noche en un tenso estado general, con el rostro crispado y la musculatura contraída, circunstancias ideales para que se produzcan los estados obsesivos y angus­tiosos. Y así, la persona llega a sentirse impotente, infeliz.
            La desgracia más grande es disponer de tiempo y no poder ocuparlo más que con la inquietud.

* * *

            Salta a la vista el hecho de que las emociones fuertes, como la cólera, perturban la respiración, y las situaciones internas, como el temor, o agentes externos, como los desafíos, colocan el sistema neuromuscular en una tesitura tensa que consume grandes energías. Al que­marse tantas energías, el cerebro tiene que acelerar la producción, con lo que se produce la fatiga mental, que, en otras palabras, no es más que debilidad mental. Y éste es el terreno abonado, como dijimos, para la ansie­dad y la depresión.
            Nosotros aquí vamos a invertir el proceso. Trataremos de ubicar, mediante la concentración, las zonas crispadas, que las soltaremos mediante la relajación. Y así ahorraremos grandes dosis de energía neuroeléctrica, con lo que el cerebro no necesitará trabajar tanto, sino que descansará.
            Este descanso originará muy pronto el fortalecimien­to, y ello, con otras palabras, equivale a recuperar el dominio de sí y la unidad interior. Y así nacerá el so­siego, y habitaremos de nuevo en la región del descan­so y de la paz.
            Necesitamos tener una habitación interior a donde poder retirarnos cuando lo necesitemos; una habitación agradable, llena de riquezas: serenidad, energías positi­vas, ilusión de vivir...
            El dominio de sí, la libertad, no es un don, sino una Conquista.

Orientaciones.
1)         Al principio es conveniente prac­ticar estos ejercicios con una cierta rigidez. Pero, en la medida en que se va progresando, la misma práctica dará al ejercitante la sabiduría para realizarlos con espontaneidad creativa. Como la experiencia es maestra de la vida y cada persona experimenta un mismo ejer­cicio de diferente manera, es conveniente y lógico que cada persona vaya haciendo sus adaptaciones persona­les, introduciendo variantes en cuanto al tiempo y otros matices.
2)         Lo ideal es, pues, que cada persona experimente gran parte de estos ejercicios, se vaya quedando con aquellos que mejores resultados le produzcan y acabe por hacerse su propia síntesis vital, un método práctico para vivir en la serenidad.
3)         Nos permitimos recordar lo que dijimos al prin­cipio a propósito de la paciencia:

—   Si quieres saborear la fruta de la serenidad, es imprescindible reordenar el programa de activi­dades y reservar espacios libres para practicar diariamente los ejercicios.
—   Un mismo ejercicio, ejecutado en diferentes mo­mentos, produce diferentes resultados a una misma persona.
—   Los resultados no serán, pues, uniformes, sino imprevisibles.
—   Un mismo ejercicio hoy puede dejarte relajado, y mañana, quizá, tenso.
—   Cuando creías que todo marchaba bien, de pron­to puede tomarte una crisis de angustia.
—   El avance será, pues, lento y zigzagueante.
—   En todo caso, vale la pena dedicarse asidua y or­denadamente a estas ejercitaciones, porque en ellas se juega el problema de la calma y de la serenidad.


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