jueves, 17 de enero de 2013

Los mecanismos de apropiación


Asirse es una acción más enérgica que, por ejemplo, adherirse; es una prensión. Podemos asir las riendas del caballo o el volante del automóvil. Podemos asir la empuñadura de la espada o el manubrio del motor para ponerlo en acción. En tales casos asimos con las manos. Pero también podemos hablar de asimos, en cuyo caso entra en juego la interioridad, toda la persona: po­demos asimos a una idea, al prestigio personal, a un proyecto, a una persona o a nosotros mismos. Las ma­nos con las que nos asimos son las energías mentales y afectivas. También podríamos utilizar otros verbos, como apropiarse, etc.

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            El mundo es falaz. Cuando decimos falaz nos referi­mos a una verdad aparente; la verdad aparente, en el fondo, es siempre una mentira. El mundo, en su fala­cia, cree que cuantas más propiedades tiene un hom­bre más señor es.
            En efecto, si un sujeto posee dos haciendas, cuatro casas y tres automóviles, en todos esos “territorios” puede ejercer el señorío; y cuantos más “territorios” tiene, más señor es. Hasta aquí funciona bien la verdad aparente; pero la verdad de fondo es otra y la contraria:  cuantas más propiedades tiene, más atado está el due­ño, más atrapado; porque se establece una ligadura de pertenencia y posesión, un vínculo afectivo y a veces jurídico entre el dueño y su propiedad.
            Por eso, los romanos decían: la propiedad reclama a su dueño. Así pues, cuando la propiedad se sienta amenazada, invocará a su dueño para que éste suelte los mastines que defienden la propiedad.
            Con otras palabras: el propietario se turbará; y en la r turbación se da rienda suelta a fuerzas ocultas y retenidas que, al soltarse, entran en batalla para la defensa de la ciudad sitiada. Propiedad y guerra son, pues, una misma cosa. Y en la turbación campean, en confu­so tropel, el miedo, la violencia, la incertidumbre, la ansiedad.
            Y por este camino, la apropiación se torna en una de las principales fuentes de sufrimiento.

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            El dueño puede estar vinculado a la propiedad por medio de un nexo jurídico que, incluso, puede ser un documento notarial inscrito en el registro civil. Pero, sin ser propietario en este sentido jurídico, el hombre puede serlo de una manera más sutil, y, por consi­guiente, más peligrosa, estableciendo un vínculo afecti­vo de apropiación con diferentes situaciones, cosas y personas.
            Y en su transitar por entre los acontecimientos y las criaturas, el hombre puede lanzar tentáculos en todas direcciones, enganchando hoy el prestigio, mañana la belleza y al día siguiente el éxito.
            Las adherencias pueden estar revestidas de mil dis­tintos colores: el hombre desea desasosegadamente que el proyecto toque el techo más alto; que aquella perso­na acepte su opinión; conquistar el afecto de aquella otra persona, tan inasequible; que fulano no se muera; que mengano desaparezca del escenario; que aquel otro fracase; que Oriente pierda y Occidente gane; que su equipo salga campeón; que a los secuestradores los condenen a cadena perpetua; que su actuación resulte un gran éxito y él unánimemente aceptado y ovacionado; que a fulano todos le hagan el vacío, y mengano pierda el pleito; los acontecimientos transmitidos por los medios de comunicación social los rechaza o se ad­hiere a ellos apasionadamente al vaivén de sus intereses.
            Así vive el “propietario”, sujeto a todo con lazos ar­dientes; y los lazos se le convierten en cadenas, y la vida en una inmensa cárcel. En todo momento, cuando presiente que sus criaturas encadenadas van a ser amenazadas, descienden sobre él las tinieblas del temor, le domina la ansiedad y la paz huye de sus aleros como paloma asustada.
            En efecto, el deseo de apropiación deriva rápidamen­te en temor al no poder poseer el objeto deseado, o ante los eventuales competidores o usurpadores que puedan entrar en la lid para disputarle la presa. Y el temor, reiteramos, es un detonante desencadenador de energías tanto ofensivas como defensivas, para la conquista o defensa de algo. Por eso, el temor es guerra. Y también fuego.
            Y algo peor: cualquier cosa, persona o situación a la que el hombre se adhiera posesivamente se le transforma en su “dueña”; es decir, el “propietario” queda atrapado y dominado por ella. En efecto, cuando el hombre logra asirse a alguna cosa, ésta se le transforma al mismo tiempo en botín de conquista y en conquista­dora; porque es cosa digna de admiración ver cómo las posesiones absorben y obsesionan a los pobres seres humanos, convirtiéndolos frecuentemente en marione­tas o en muñecos ridículos.

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            Un hombre lleno de “posesiones” vive entre deli­rios. Minimiza o sobrevalora los acontecimientos o las cosas de acuerdo con sus deseos o temores. Un hombre así es un ser dormido. Y el hombre dormido no puede ver las cosas como son, sino que las reviste de sus pen­samientos y las ve a la luz de sus ficciones, y no en sí mismas.
            Este velo a través del cual ve la realidad, deformán­dola, origina sus ansiedades e inseguridades. Es, pues, un enajenado de la realidad real: proyecta sus senti­mientos en los objetos, y es dominado por esos mismos objetos, que están cargados con sus sentimientos.
            Por eso, el hombre dormido lleva una existencia fragmentaria, ansiosa e infeliz, porque, insistimos, vive revistiendo la realidad con sus propios deseos incons­cientes y sus impulsos desconocidos. Gran parte de lo que considera real no es sino una sarta de ficciones que su mente construye y proyecta. De alguna manera, las situaciones-personas-cosas son valoradas en la medida en que el hombre se descubre en ellas a sí mismo o sus intereses. Casi podríamos hablar de un narcisismo cósmico.

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