lunes, 7 de enero de 2013

Concentración o autocontrol - II



            Lo esencial es que la atención, en cada momento, esté en un solo punto.
            Evita tensionarte durante el ejercicio, tal vez obsesionarte, sobre todo en los primeros pasos.
            Despierta y cuida de que los músculos de la frente y de los ojos no estén arrugados, síntoma de preocupación y tensión psíquica; suéltalos, y también se soltará la tensión interior.
            No te desanimes si sientes dificultades en la ejerci­tación.

            Para eliminar el dolor. Sí, entre los grandes poderes, no­sotros tenemos el poder de eliminar todos los dolores neu­rálgicos, y atenuar los orgánicos, mediante la concentración.

    Sentado, sereno, después de relajarte, camina lenta­mente hacia el interior de ti mismo. Recorre tu mundo interior y detecta un punto donde sientas alguna mo­lestia. Puede ser en cualquier parte del cuerpo; pero supongamos que te duele en la boca del estómago.  Tranquilízate al máximo. Concéntrate en ese punto donde sientes el dolor. Con gran cariño transmite a esa zona una orden utilizando cualquiera de estas frases: sosiégate, descansa, duerme. Es conveniente que sea una sola frase. Absorto, concentrado, repite mentalmente, dirigida a ese punto, la palabra elegida, durante unos cinco minutos, con la máxima ternura, como lo hace una madre con su hijo más pequeño.
            Es bien probable que el dolor se diluya como por encanto, a condición de que lo hagas muy concentrado y relajado.
Imagen y control. Hay movimientos involuntarios, como los del corazón, pulmones, intestinos..., y movimientos vo­luntarios: levanto el brazo, flexiono el dedo, inclino la ca­beza.
            Este ejercicio consiste en que no sólo mi conciencia promueve el movimiento voluntario, sino que lo acompaña; el movimiento es mío.
            Despacio, tranquilo, concentrado, haz los siguientes movimientos, acompañando siempre cada movimiento con la atención: doblar un dedo, luego otro, y otro. Mover el brazo en diferentes direcciones, flexionar el antebrazo. Después, levantarse, tomar un objeto, des­plazarlo a otro lugar y volver a sentarse, siguiendo conscientemente cada gesto.
            Al cerrar la puerta, abrir el grifo del agua, tomar la cuchara, beber el vaso de agua, levantar el objeto caí­do..., tener la conciencia explícita de que yo estoy pre­sente en cada acto, de que son acciones mías.
            Caminar lentamente unos pasos, y tomar conciencia de todos los detalles: el suelo bajo los pies, el movi­miento de los brazos, el ritmo de los pies...

* * *

            Vamos a controlar también la actividad de los ojos. Generalmente, los ojos pasan por encima de todo y no se posan sobre nada. Durante unos minutos dedícate a detener tu conciencia sobre lo que ven tus ojos: la golondrina, el geranio, el macetero, el automóvil, la corti­na..., llamando por su nombre a cada cosa que ves.
            Haz otro tanto con el oído: cada ruido que captes, denomínalo mentalmente con su nombre.
            Con los ojos cerrados o semicerrados dedícate du­rante unos minutos a dibujar en el aire, con el dedo, vanos gráficos: un triángulo, un trébol, una amapola... Después retén por un momento cada una de las figu­ras. Más tarde traza con el dedo en el vacío muchos números arábigos o romanos, y después represéntalos mentalmente.
            Estás en una carretera recta y solitaria: a lo lejos apa­rece un automóvil, se acerca, pasa delante de ti, y se pierde en la lejanía, hasta desaparecer completamente.
            Tienes un objeto delante de tus ojos. Míralo bien y graba sus detalles. Luego cierra los ojos y represénta­lo mentalmente con todos sus detalles. Repite este ejer­cicio con plantas, personas, animales domésticos...
            Toma con la mano derecha un libro, un lápiz, un cenicero, concentradamente. Luego déjalos en su lu­gar. Y ahora, mentalmente, imagina que todavía tienes el objeto en tu mano: sentir su peso, forma, tempe­ratura.

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