sábado, 15 de diciembre de 2012

Una visión general


Como dijimos, la tristeza y la alegría son fluctuacio­nes normales de humor que acompañan y rodean los avatares de una existencia. Incluso la postración puede surgir sin motivo especial, y por eso no necesariamen­te indica anormalidad.
            La depresión, en cambio, posee una naturaleza muy diferente, y se caracteriza por un profundo y prolongado abatimiento. El deprimido pierde, más o menos fácil­mente, sus facultades de comunicación. Le acompaña también un intenso dolor moral que los demás, por lo general, apenas comprenden, y una total impotencia para cualquier iniciativa de cara al futuro.
            En la mayoría de los casos, los deprimidos reviven los hechos más sombríos de su pasado, lo que les produce sentimientos de culpabilidad. Todo intento o es­fuerzo psicomotor está destinado al fracaso.
            Lo que más les molesta a los melancólicos es la reac­ción incomprensiva de los familiares y, en general, de las personas que les rodean: “haz un esfuerzo”, “lo tie­nes todo para ser feliz”, “convéncete: todo es subjeti­vo”. Es inútil. Privado como está de capacidad psico­motriz, el deprimido naufraga fatalmente. No puede levantarse.

* * *

    La postración morbosa suprime todo gusto. El deseo de mantener contactos afectivos desaparece. Las funciones instintivas se encuentran alteradas, casi ale­targadas.
            Desaparece también el sueño tranquilo y reparador. Muchos alcanzan a dormir en la madrugada, y aun en este caso el sueño es superficial e intermitente. En las horas de insomnio se deja curso libre a los recuerdos amargos, y las ideas más negras penetran y se instalan en la mente como moscas, sin poder ahuyentarlas.         Son dominados casi obsesivamente por complejos de culpa­bilidad, debidos a faltas reales o ficticias.
            Una ansiedad, que llega como en oleadas, se sobre­pone a todos los demás síntomas. En este contexto fácilmente puede nacer el deseo de morir. Y cuando se dan todas las condiciones y todas ellas tocan el techo, el enfermo puede aproximarse a las puertas del suicidio.
            La depresión afecta a todo el organismo. Encerrado como en una prisión, en su melancolía, el deprimido vive con amargura una sensación oprimente de inutili­dad. Sus gestos son lentos y torpes; su mímica, tam­bién torpe, no refleja más que aflicción; su mirada se empaña; su voz, monocorde, expresa pensamientos de­rrotistas y habla con vacilación.

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