miércoles, 26 de diciembre de 2012

Salvarse de la ilusión del “yo”


“Felices los pobres y los vacíos de sí,
porque de ellos es el reino de la serenidad”.

      Vacío mental

            Escoge un lugar tranquilo. Siéntate en una posición cómoda. El tronco y la cabeza deben permanecer erectos; las manos, colocadas sobre las rodillas, a ser posible con las palmas hacia arriba. Mantén los ojos abiertos y fijos (pero no tensos, sino relajados) en un punto que esté ubicado frente a ti, a una distancia menor de un metro. Suelta todo el cuerpo varias veces, hasta que lo sientas equilibrado.
            Concéntrate en tu respiración. A ser posible, haz la respiración abdominal. Recuerda que toda respiración consta de inhalación (absorción de aire) y exhalación (expulsión de aire). Respira por la nariz, inhalando tan­to aire cuanto puedas, no fuerte o ruidosamente, sino suavemente. Luego exhala tranquila y lentamente, expulsando el aire hasta vaciar completamente los pulmo­nes. Al exhalar, pronuncia suavemente (mental o vocalmente) la palabra “nada”, sintiendo la sensación de nada, que todo tu ser se vacíe, al tiempo y de la misma manera que se vacían de aire los pulmones. Vuelve a inhalar, y vuelve a exhalar pronunciando nada, sintien­do que todo tu ser se relaja, que tu cerebro, brazos, estómago, piernas, quedan vacíos. Lo decisivo es per­manecer el mayor tiempo posible con la sensación de mente vacía.
            Al principio, tu mente no se vaciará tan fácilmente; al contrario, las imágenes rebeldes te acompañarán. Es normal. No trates de expulsar por la fuerza los pensa­mientos, no les des importancia, déjalos, suéltalos. Y vuelve a sentir el vacío al pronunciar “nada” durante la exhalación. Paulatinamente irás consiguiendo esa sensación sedante de serenidad en todo tu ser, como si la nada te cubriera de la cabeza a los pies y te penetrara. Es un descanso profundo.
            Puedes hacerlo durante unos diez minutos después de levantarte y diez minutos antes de acostarte. Pue­des hacerlo también durante el día, cuando te sientas tenso o cansado. Y, de todos modos, cuanto más tiem­po dediques a esta ejercitación, mejor. Si al hacer este ejercicio te sientes soñoliento o demasiado rígido, déjalo para otro día.
            No me cansaré de repetirlo: el secreto del éxito está en la práctica tenaz y perseverante, sin impaciencias y tranquilamente. Se avanza paso a paso. La clave está en repetir y repetir el ejercicio, mejorando cada vez un poco más los efectos. De pronto comenzarás a percibir que las obsesiones ya no te dominan como antes, las tensiones se sueltan, las ansiedades desaparecen, que duermes mejor, que eres más paciente y que estás recuperando el gusto de vivir. Hay que continuar y con­tinuar incansablemente en la práctica diaria.
            Ahora bien, ¿a dónde nos lleva este vacío mental?

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