sábado, 1 de diciembre de 2012

Podemos muy poco - I


Desde la cumbre sinuosa de todo lo dicho, el hom­bre se pone en pie, levanta la cabeza, abre los ojos y se encuentra con que casi todo está consumado; que po­demos muy poco, que nuestras zonas de opción son pequeñas, que si la libertad existe y funciona, está, sin embargo, condicionada en amplias zonas de nuestra personalidad, y en algunas circunstancias casi anulada; y que, en fin, somos esencialmente precariedad e impotencia.

    La sabiduría consiste en aceptar con paz el hecho de que podemos muy poco y en poner en acción toda nuestra capacidad de entusiasmo para rendir al máxi­mo en ese poco.
    Hemos visto al hablar de lo genético que nuestra personalidad es capaz de expandirse en algunas direcciones, que altas murallas le cierran el paso en otras, que, con grandes esfuerzos, puede lograr algunos resul­tados en determinados campos.
    He conocido innumerables personas hundidas en el abismo de la frustración. Por los días de su juventud comenzaron a soñar en los más altos ideales: felicidad conyugal, santidad, éxito profesional, política... Pasa­ron los años. Por largo tiempo lograron mantener en alto la antorcha de la ilusión. Luego, paso a paso, fue­ron sintiendo y comprobando la distancia que existía entre sus sueños y la realidad. Vieron cómo sus ilusio­nes se las llevaba el viento una por una... Hoy, a sus cincuenta o sesenta años, se les ve decepcionados, es­cépticos. Ya no creen en nada. Su ideal se convirtió en su sepultura. Porque no era un ideal, sino una ilusión. El ideal es la ilusión más la realidad.

* * *

    Podemos muy poco. Esta insistencia en nuestro des­valimiento no tiene por qué desanimar a nadie, sino todo lo contrario. El desánimo proviene del hecho de poner la mirada en cumbres demasiado elevadas; cuan­do comprobamos que son inaccesibles, nos invade el desánimo.
Nosotros, en cambio, decimos: es verdad que pode­mos poco, y aceptamos de antemano esa impotencia; pero para lograr ese poco pondremos en juego la tota­lidad de nuestras energías. Aquí no habrá desengaño ni desilusión, porque no hubo engaño ni ilusión. He aquí el secreto de la sabiduría: poner toda la pasión, pero a partir de la realidad.

    Supongamos que el ideal más alto se cifra en alcan­zar cien puntos. Hay que aspirar a alcanzar esos cien puntos, luchar ardientemente por alcanzar esa cumbre. Pero el hombre debe saber y aceptar de antemano que lo más probable es que sólo alcanzará setenta y cinco puntos, o cuarenta y siete, o veinticuatro, o tal vez solamente cinco. Debe aceptar con paz esas eventualida­des, ya que, de otra manera, el despertar podría ser muy amargo.
    Esta es la manera concreta de disecar un manantial inagotable de sufrimiento: saber y aceptar serenamente que tu inteligencia es más limitada que tus deseos de triunfar, que tus posibilidades de perfección humana son relativas, que tu felicidad conyugal o tu éxito pro­fesional pueden fallar, que no siempre serás bien acep­tado en la sociedad, que no se concretarán todos tus proyectos, que no te faltarán enemigos, y no siempre por tu culpa, que tu influencia será limitada en tu me­dio ambiente.
    Acepta de antemano todo esto, y tus energías no se quemarán inútilmente, sino que estarán disponibles para la lucha de la vida y acabarás saboreando la tran­quilidad de la mente y la paz del corazón.

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