sábado, 22 de diciembre de 2012

Las razones de la envidia


La envidia, amarilla y amarga, es la yerba más fron­dosa del huerto humano.
    Dicen que es la típica reacción de los infantiles. Así será. Y si así lo es, habría que concluir que una buena parte de la humanidad navega todavía en las etapas infantiles.
    No rara vez hay brotes de envidia entre los herma­nos de un mismo hogar. En el trabajo, en la oficina, en los grupos humanos, en las. comunidades, en la arena de las luchas políticas y sindicales, en el mundo de los artistas, científicos y profesionales..., la envidia saca su estilete a cada momento para atacar por la espalda.
            ¡Ay del triunfador!, muy pronto las avispas caerán sobre él. Los encantadores, los que brillan, los que se hacen querer, que se preparen para ser acribillados a picotazos.

* * *

            La envidia existe en las relaciones humanas en dosis mucho más elevadas de lo que comúnmente se cree.      ¿Por qué digo esto? Porque la envidia es —y se sabe— tan fea que hace esfuerzos inauditos para camuflarse. Es como la víbora que busca cualquier disfraz para ocultarse. Cuanto más fea es su cara, tanto más bonitos son los disfraces que utiliza.
            Con otras palabras: la envidia es sumamente raciona­lizante, esto es, busca “razones” para disfrazarse. Por eso toma aires razonables, poses objetivas. Dice la en­vidia: aquí les presento cinco razones para demostrar que fulano es un fracasado. Pero las cinco razones son pura fachada; la verdadera razón es la sexta: la envidia. Dice la envidia: fulana no lo está haciendo tan bien como ustedes dicen: no se han fijado en que a su rostro le falta brillo, exagera esto y lo otro, no hay vigor en su entonación... Dice la envidia: fulano no sirve para ese cargo: su pedagogía no está actualizada, su poder de persuasión es relativo, su capacidad de comunicación, mediocre; hoy la sociedad necesita hombres con otras ideas, etc., etc.
            Así se disfraza la envidia. Nunca ataca al descubier­to, siempre cobijada bajo el alero de las “razones”. Así, al amparo de la racionalización, vegeta y engorda lan­zando picotazos, minimizando méritos, apagando todo brillo.
            La gente sufre mucho a causa de la envidia.

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