miércoles, 12 de diciembre de 2012

Depresión reactiva


La depresión puede ser reactiva y endógena.
            Endógena significa que se origina y proviene de den­tro, de la misma estructura celular. La melancolía endógena hunde, pues, sus raíces en la constitución here­ditaria.
            Reactiva —en cuanto que es una reacción— significa que ha sido provocada por causas ajenas al individuo.
            Estas causas pueden ser externas a la persona, como los factores ambientales, acontecimientos, contrarieda­des. La muerte de una persona amada, sobre todo cuando, durante el luto, se ha reprimido el dolor con un estricto control sobre los nervios, puede provocar una alteración depresiva. Puede derivar también de un grave fracaso en un propósito fundamental de la vida: se puso tanta ilusión durante tantos años en aquel proyecto económico o profesional, de cuyo resultado dependía el futuro de la familia..., y todo se vino abajo.
    Una separación matrimonial, que supone el colapso de una larga historia de grandes ilusiones, días felices, tantos años de lucha para formar un hogar..., y ahora todo se acabó; una considerable fatiga nerviosa; las presiones sociales que desafían y asedian porfiadamente al ser humano, las incertidumbres, el desplome de la es­cala de valores que cimentaba nuestra seguridad..., pueden determinar la aparición de trastornos de­presivos.
            Los motivos que originan la depresión pueden ser también interiores: ciertas enfermedades, como la epilepsia, la tuberculosis, hepatitis, gripes prolongadas y, en general, las enfermedades que consiguen acorralar y asestar serios golpes a la vitalidad, pueden desencadenar —y sucede frecuentemente— una secuela de distur­bios depresivos, con matices y grados diferentes.

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            Hay personas que nacen con predisposición o pro­pensión a la melancolía; y esta predisposición tiene un amplísimo abanico de posibilidades, desde grados míni­mos o nulos hasta los más elevados.
            Hay sujetos a quienes ni las enfermedades más gra­ves ni los más terribles detonantes ambientales les causan ni el más pequeño disturbio depresivo. Hay otras personas que sólo son presa de una pasajera melancolía cuando se produce en sus vidas algún acontecimiento verdaderamente desgarrador.
            Otras, en cambio, han nacido tan propensas que bas­ta un pequeño acontecimiento adverso para que sean arrastradas a la fosa depresiva: un disgusto que a cual­quier otra persona no le produciría ningún efecto, e incluso a esta misma, en otras circunstancias, no le im­pactaría tanto, acaba arrastrándola esta vez a la noche depresiva.
    Un estado de tensión constituye un campo abonado para reaccionar depresivamente ante cualquier acontecimiento. El motivo exterior ha podido desaparecer, pero queda la tendencia a reaccionar depresivamente. Incluso ha sucedido que, después que se comprobó que la noticia que provocó la depresión era falsa, con­tinúa la crisis con la misma intensidad.
            “Lo más frecuente es que la alteración de la vitali­dad sea puramente autónoma y se presente como un desarreglo intrínseco, no dependiendo de causas exte­riores ni tampoco de motivos internos. La posibilidad de tener una crisis depresiva reactiva (por factores ex­ternos), con la consiguiente alteración de la vitalidad, radica en la contingencia de cada hombre” (López Ibor).

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