viernes, 14 de diciembre de 2012

Depresión maníaca


Debe tenerse presente que la palabra manía no sig­nifica aquí idea fija u obsesiva, como vulgarmente se entiende, sino que hace referencia a un estado de exci­tación o exaltación psíquica.
            La psicosis maníaco-depresiva es una violenta altera­ción tímica, un brusco altibajo de la vitalidad.
            Frente a los sentimientos pesados que sufren los de­primidos, los maníacos se encuentran con una alegría explosiva que les viene de la intimidad, sienten la exis­tencia como una fragante primavera, y ninguna desgracia, por terrible que sea, es capaz de ensombrecer su indestructible alegría durante ese período.
            Estas personas pasan, en un movimiento circular y cíclico, de la euforia a la melancolía y de la melancolía a la euforia, en un tránsito generalmente brusco.
Estos vaivenes ciclotímicos se suceden como los flu­jos de una ondulación, como las olas del mar, subien­do y bajando, como la respiración que se tensa (inspi­ración) y se relaja (aspiración), como el movimiento del péndulo que va de un extremo al otro. La exaltación maníaca es delirante, casi dionisíaca, y la depresión; como sabemos, sombría.

* * *

            En un despliegue frenético de juego de pelota, el ánimo va pasando de la tristeza a la alegría, de la inhi­bición a la exaltación, de la angustia al éxtasis, de la desesperanza a una esperanza invencible, de la desgana a una euforia casi furiosa.
            Se trata, en definitiva, de una oscilación circular y violenta de los humores o sentimientos vitales; este tránsito puede efectuarse de la euforia a la depresión, o viceversa. A la manera de todas las depresiones endó­genas, también aquí se da una gran variedad en cuanto a la periodicidad, duración e intensidad de los accesos morbosos.
            Entre las depresiones endógenas, las ciclotímicas son las más específicamente genéticas. Las circunstancias ambientales no influyen aquí para nada. Se trata exclu­sivamente de una determinada constitución cerebral-glandular.
            He aquí una descripción incomparable de Soren Kierkegaard sobre una crisis maníaco-depresiva:

            “Un día, al levantarme de la cama, me sentía extraordina­riamente bien. Este bienestar creció sobre toda analogía. A la una en punto presentí el máximo de excitación vertiginosa, que no consta en ningún termómetro del bienestar.
            Cada función del organismo gozaba de su completa satis­facción. Cada nervio estaba acorde consigo mismo y en ar­monía con todo el sistema. Cada pulsación atestiguaba la po­derosa vitalidad que inunda todo el cuerpo.
            Andaba como flotando, pero no como el vuelo del pájaro que atraviesa el aire, sino como las ondas del viento en el sembrado, como las olas anhelantes del mar, como el desliza­miento ensoñador de las nubes.
    Mi modo de ser era el de la pura transparencia, como la profundidad del mar, el silencio satisfecho de la noche, como el sosiego monologal del mediodía.
            La existencia entera estaba enamorada de mí. Todo lo enigmático se esclarecía en mi bienaventuranza microscópi­ca, que todo lo explicaba...
            Como he dicho, a la una en punto estaba en lo alto. En­tonces comenzó bruscamente a picar algo en mi ojo izquier­do. Yo no sé lo que era, si una pestaña o un polvillo. Pero lo que sé es que en el mismo momento caí en el abismo de la desesperación...”

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