jueves, 13 de diciembre de 2012

Depresión endógena


Hay sujetos que nacieron con inclinaciones tan mar­cadas hacia la melancolía, que, sin mediar ningún agen­te exterior ni motivo interno, caen periódicamente en terribles crisis. Son las depresiones endógenas, y, por cierto, las más temibles.
            Tienen múltiples variaciones en cuanto a la periodi­cidad de su aparición, duración, intensidad y otros elementos. Donde no existe variedad es en lo referente a los síntomas: éstos son notablemente regulares y uni­formes.
            Estas personalidades genéticamente depresivas fun­cionan normalmente en el ambiente general de su vida, cuando de pronto, y sin que haya mediado ninguna circunstancia exterior inductora, caen en las garras de un disturbio depresivo, con la pesadez de todos sus síntomas.
    Las crisis pueden tener la más variada durabilidad: unas horas, unos días, varias semanas, muchos meses. Si las crisis son prolongadas, los deprimidos sufren —digámoslo a modo de comparación— oscilaciones similares a las del clima: ahora hay nubes bajas, negras y oprimentes; más tarde, continúa nublado, pero con nubosidad alta y débil; luego aparecen pequeños res­quicios de azul; horas después el horizonte se cubre de nuevo de nubes plomizas; pero, de todas formas, el cielo está siempre nublado. De manera semejante, durante una prolongada crisis de melancolía los afectados pasan por múltiples fluctuaciones de intensidad.

* * *

            En cuanto a la frecuencia, hay sujetos a quienes les sobreviene la crisis una o dos veces por mes, pero con breve duración. Otros la sufren una o dos veces al año, con duración más prolongada. Finalmente, a otros les sobreviene cada varios años, pero con una temible in­tensidad y duración.
            La periodicidad del acceso morboso no se limita a los tiempos de aparición, sino que puede darse un cier­to ritmo variado en sus manifestaciones: hay personas que despiertan a ciertas horas de la madrugada con una morbosidad aplastante. Otros experimentan esa inten­sificación durante las horas del atardecer. Otros, por el contrario, en las primeras horas del día, aliviándose en las horas de la tarde.
            Y, de todas formas, el nivel de intensidad, en los momentos de crisis, nunca se mantiene en una línea constante, sino que está sometido a continuas oscila­ciones de intensidad, según las personas.

* * *

            En cuanto cesa la crisis (así como vino sin explica­ción ni motivo, de la misma manera se va) las personas vuelven a ser completamente normales. Incluso amane­ce en sus rostros un aire de fiesta, de la misma manera que como se viste el paisaje de alegría después de la tormenta.
    Estas personas, genéticamente depresivas, cuyos trastornos aparecen en el momento menos pensado, con periodicidad o sin ella, suelen quedarse temiendo el regreso de la tormenta. No sé si este temor puede precipitar, inductivamente, una nueva crisis. Supongo que sí en algunas ocasiones, y no en otras. Creo que sucede, digamos por vía de analogía, lo mismo que con la jaqueca: para algunas personas, las crisis de jaqueca son inducidas por un disgusto o por el cansando; pero, para otras, las crisis van y vienen sin causa alguna, al menos aparente.
            He conocido también personas permanentemente deprimidas, con ligeros cielos claros, pudiendo respirar por momentos, con espacios más oscuros y menos os­curos, pero cuyo cielo está siempre nublado. Da miedo pensar en el martirio de sus vidas. Son dignas de la mayor ternura y comprensión.
            Esta clase de depresiones endógenas, sean o no cícli­cas, no aparecen en los años de la infancia ni, por lo general, en la etapa de la juventud, sino más tarde y, como hemos dicho, sin que haya mediado ningún factor externo desencadenante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario