domingo, 30 de diciembre de 2012

De la sabiduría a la pureza


Todos los pobres son sabios y sólo los pobres son sabios, porque sólo ellos miran el mundo con ojos lim­pios, sin las interferencias alucinantes del “yo”. Los desposeídos están purificados de las escorias y el smog con que el “yo” contamina la interioridad; los pobres son puros, y los puros, sólo ellos, no solamente verán a Dios, sino que también verán el mundo tal como es, sin deformarlo con una visión interesada.
            Todos aquellos que actúan bajo los impulsos del “yo” contemplan la vida a través del prisma de sus deseos o miedos. De una u otra manera, todo lo exte­rior lo hacen pasar por su órbita personal, lo pesan en la balanza de sus intereses, lo envuelven con los ropajes de sus deseos posesivos, y lo califican, lo rechazan o lo apetecen de acuerdo con sus intereses personales.
            Es una monstruosa deformación; simplemente por mirar la realidad a través de sus fantasías. Hay que salvarse de la tiranía de sí mismo.

* * *

            Tu vecino y tú sois un caso especial: los dos pertene­céis a partidos políticos antagónicos; y por eso existe entre vosotros desde hace años una mal disimulada enemistad. Todo lo perteneciente a la casa vecina lo encuentras mediocre, desde las plantas del jardín hasta el estilo arquitectónico de la casa...; nada de él te gusta, porque lo ves a través de la antipatía que le tienes.
            Este sujeto es francamente desagradable. Es lo que piensa todo el mundo. En cambio, para ti es un hom­bre encantador. ¿A qué se debe este contraste? A que él tiene una gran estima por ti y no escatima elogios para ti; y tú lo conceptúas a través de la emoción gra­tificante que te causa esa estima.
            Por el contrario, fulano es una persona objetivamen­te encantadora, y así lo reconoce la opinión pública. Pero como sucede que él te estima poco, tú esparces a los cuatro vientos que él es un sujeto ramplón, que su señora es vulgar y sus hijas nada agraciadas. Lo estás viendo y juzgando a través de la lente de tus antipatías.

* * *

            Tus intereses te hacen distorsionar el verdadero ros­tro de la realidad. Haces que las cosas sean tal como tú deseas o temes. Pero ellas siguen siendo tal como son; sólo un hombre puro las puede contemplar en su esencial originalidad.
            Mientras no seas puro no verás las cosas y personas en sí mismas, sino a través del miedo o de la codicia que te causan. Las mirarás apropiadoramente o repulsi­vamente, y de todas maneras, siempre deformadas.
            Es inútil; mientras no te desprendas de esa argolla central en la que enganchas posesivamente todas las cosas, no tendrás ojos limpios para ver el mundo en su primordial virginidad.
            Una vez que tu atención se haya purificado de las contaminaciones del “yo”, de sus delirios de grandeza y afanes posesivos, y puedas mirar como un niño, en­tonces todo aparecerá a tus ojos prodigiosamente transparente y distinto: las rocas son fuertes; las nieves, blancas; los arroyos, claros; las rosas, fragantes; el mar, ancho y profundo; el vecino, encantador; la vecina, dulce y discreta; hasta los enemigos resplandecen de dones; vivir es una dicha. Todo es bonito. Para los pu­ros, todo es puro.

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