domingo, 23 de diciembre de 2012

Caricaturas y otras espinas


Te vas o no te vas; haces o dejas de hacer; dices o dejas de decir; y la gente, a tu derredor, comienza una retahíla de interpretaciones y suposiciones: vino para encontrarse con tal persona; no vino por no comprometerse con tal o cual cosa; se fue allí con aquella in­tención; dijo esto, pero quería decir aquello... Y la gen­te proyecta en ti sus propios mundos, lo que ellos harían, interpretaciones completamente subjetivas y gratuitas, que con frecuencia pisan el terreno de la ca­lumnia. Y así comienza a formarse una imagen distorsionada de ti, que va tomando cuerpo y convirtiéndose en tu caricatura. Es injusto.
            Te presentaste por única vez ante determinadas per­sonas. No estuviste feliz: salió a relucir aquel típico rasgo negativo de tu personalidad. Desde entonces, para esas personas, tú eres aquel rasgo, como si todo tú entero fueses ese defecto. Una burda caricatura nueva­mente. Peor aún; a veces, ni siquiera se trata de un rasgo, sino de un desacierto incidental. Pues bien: des­de ahora muchos te identificarán por aquel incidente, olvidándose de toda la polivalente complejidad de tu personalidad.
            Si acaso hubo en ti una tardía maduración intelec­tual y tus estudios fueron poco brillantes, tus compa­ñeros de estudio conservarán para siempre una imagen mediocre de ti, aquella imagen de tus tiempos de estu­diante, aunque ahora ocupes la presidencia del Banco Central.

* * *

            El lugar de trabajo, a veces, para mucha gente es un lugar de tortura. De pronto, se trata de un jefe insegu­ro, y, por eso mismo, arbitrario y prepotente; y hay que aguantarlo, porque de otra manera podrías arries­gar tu empleo. Otras veces estás rodeado de tipos des­agradables, que, por resentidos, no pueden dejar de disparar contra ti dardos envenenados y cuya única satisfacción es molestar y herir. Tampoco faltarán los ambiciosos, que, mediante intrigas y zancadillas, te ha­gan la vida imposible.
            Otras veces, el vecindario es un infierno de chismes, en el que apenas se puede respirar. Llevan y traen cuentos, inventan y aumentan historias. Vigilan, fisca­lizan. Siempre el otro.

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            Pero el infierno puede estar también dentro de casa. Ahí está ese mar dilatado y profundísimo: el matri­monio. No entraremos, sin embargo, en esas aguas, con la lupa analítica. Las alternativas de la vida matri­monial tienen, en realidad, una complejidad casi infini­ta, y sólo para hacer un somero análisis necesitaríamos largas páginas.
            Tan sólo dejamos aquí, de paso, este apunte: para mucha gente, la vida de matrimonio constituye la fuen­te principal de sinsabores.
            Otras veces, el motivo de preocupación y sufrimien­to son los hijos, sobre todo cuanto están atravesando la borrascosa juventud.
            Con demasiada frecuencia, lo que distingue a los hi­jos son esas dos típicas características: el egoísmo y la ingratitud. Los hijos, no raramente, buscan a sus padres siempre y cuando, y en la medida en que los necesitan, por puro interés. No es raro encontrarse con casos en los que las madres, de edad ya un tanto avanzada, aca­ban transformándose poco menos que en empleadas de sus hijos.
            Parece que va en la esencia de padre el dar, y, por cierto, gratuitamente, y en la esencia de hijo el recibir. Por eso, muchos hijos se sienten con todos los derechos para exigir.

* * *

            iCómo has deseado, durante años, que tal persona te brindara su confianza y amistad; pero ha sido inútil; ella no te abrió nunca las puertas!
            El que está a tu lado ha interpretado mal una expre­sión tuya. Llevas días tratando de dar explicaciones para despejar el equívoco, pero él continúa dolorido.
            En el equipo de trabajo te ha fallado aquella persona en la que más confiabas.
            Te dominaron los nervios y levantaste la voz. La otra se quedó en silencio. No dijo nada. Le pediste disculpas de rodillas, pero ella continúa con la boca cerrada; y ya han pasado tres meses.
            No hay manera de que seas aceptado y acogido en el grupo en el que vives o trabajas. Y te sientes mal.
            Nunca hubieras esperado que tu amigo acabara de esa manera.
            Pusiste fuego y alegría, luchando durante años para formar ese grupo, un grupo de gente responsable y valiosa. Han pasado los años, y los resultados están a la vista: todos, casi todos, te han defraudado. ¡ Quién lo hubiera pensado!
            No se sabe por qué, pero siempre habías abrigado la ilusión de que tal persona te aceptara y estimara; pero ella continúa distante, con su mirada fría y sesgada.
            Siempre el otro...

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