viernes, 28 de diciembre de 2012

Apagar el Fuego


La tranquilidad mental es un estado en el que el hombre deja de referirse y agarrarse a esa imagen ilu­soria.      La liberación consiste en vaciarse de sí mismo, en extinguir la llama, en despertar y tomar conciencia de que estabas abrazado a una sombra cuando te afe­rrabas tan apasionadamente al “yo”. Sí, es necesario despertar de este engaño: el de suponer que era real lo que de verdad era irreal.
            La tarea de la liberación consiste, pues, en ejercitarse intensamente en la práctica del vacío mental, para convencerse experimentalmente de que el supuesto “yo” no existe. Así como el origen de todo dolor, insistimos, está en el error de considerar la imagen del “yo” como entidad real, la liberación del sufrimiento consiste en salir de ese error.
    Y desde ese momento, así como, caído el árbol, caen las ramas; así como, consumido el aceite, se extingue la lámpara, de la misma manera, yugulado el “yo”, que­dan cercenados los sentimientos que estaban adheridos al centro imaginario.
            Con otras palabras: extinguido el “yo”, se apagan también aquellas emociones que eran, al mismo tiem­po, “madres” e “hijas” del “yo”: temores, deseos, an­siedades, obsesiones, prevenciones, angustias... Y, apa­gadas las llamas, nace en el interior un profundo des­canso, una gran serenidad.
            Muere el “yo” con sus adherencias, y nace la libertad.
            Este programa es equivalente a los principios evan­gélicos: negarse a sí mismo; para vivir hay que morir, como el grano de trigo; el que odia su vida, la ganará.
L          legó, pues, la hora, hermano: la hora de aventar las ficciones, y liberarse de las tiranías obsesivas, recostarte en el rincón y dormir; dormir, que es olvidarse de ti mismo; soltar al viento los nombres, los pájaros y los lamentos; respirar como en la primera aurora del mun­do; bañarte en las anchas desembocaduras de la paz y reposar en las frescas praderas.
            Desde el seno de la noche levanta la luz su cabellera de plata. Los campos están grávidos. Conviven en el mismo cubil el tigre y el cordero, y el niño juega junto a un nido de víboras. Bienaventurados los pobres y desposeídos de sí mismos, porque saborearán el des­canso y la paz.
            Para obtener estos frutos hay que pagar un precio: el de ejercitarse asidua, incansablemente, en la práctica del vacío mental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario