sábado, 3 de noviembre de 2012

Los imposibles, dejarlos


Hemos dicho que los acontecimientos-personas-cosas son mis enemigos en la medida en que yo los rechazo. Las cosas me agradan o desagradan a la vista, al oído y a los demás sentidos; y al desagrado corresponde mi rechazo o resistencia. Pero “desagrado” es un concepto relativo; hace referencia a la relación entre el objeto-agente y mi sensibilidad. Y esta sensibilidad es, o pue­de ser, terriblemente subjetiva: tornadiza, según el viento de los preconceptos, juicios de valoración, con­vicciones, fuerza de voluntad, estados de ánimo...
    En el fondo, podemos decir que todo sufrimiento es una resistencia mental; y donde hay resistencia, hay sufrimiento. Ahora bien, si el hombre acaba constituyén­dose en enemigo de todo cuanto rechaza, puede llegar a transformarse en un ser universalmente sombrío, sus­picaz, temeroso y temible a la vez. Y puede entrar en un círculo vicioso: cuanto más le desagradan las cosas, más las rechaza, y cuanto más las rechaza, más le desagradan. Urge salir de estos círculos de fuego. Busque­mos las puertas de salida. ¡Basta de sufrir!

* * *

    La resistencia emocional es una oscura fuerza subje­tiva que tiende a anular y dejar fuera de combate todo aquello que le desagrada. Un rechazo mental, con una estrategia aplicada metódicamente, puede ayudar a vencer, parcial o totalmente, a ciertos enemigos del hombre, como la enfermedad, la injusticia, la pobreza.
            Por eso, y para evitar caer en los brazos de la pasivi­dad, el caminante, frente a los obstáculos que le salen al paso en el camino, debe preguntarse: ¿Puedo anular este obstáculo? ¿En qué medida puedo mitigar su virulencia o peligrosidad? ¿Hay algo que hacer?
            Y, como respuesta, nos encontraremos con realida­des hostiles al hombre, que pueden solucionarse en un ciento por ciento; o, en algunas ocasiones, en un por­centaje menor: el 40, el 15 o el 5 por 100. En este caso hay que encender todos los motores, y poner en acción una estrategia con la plenitud de fuerzas, para dejar a los “enemigos” fuera de combate.
            Puede suceder también que tengamos que enfrentar­nos con situaciones o realidades que nos desagradan o nos provocan rechazo, y que no está en nuestras manos solucionarlas o son esencialmente insolubles. Las denominamos situaciones límite, hechos consumados o, simplemente, un imposible.
            Y dejamos constancia aquí de lo que irá apareciendo a lo largo de estas páginas: que, en una proporción mucho más elevada de lo que pudiéramos imaginar, somos impotencia; que muchas veces no hay nada o muy poco que hacer; que nuestra libertad está profundamente condicionada, a veces aprisionada y con frecuencia anulada; que somos esencialmente indigentes; que lo que podemos es muy poco o casi nada. Quien sea ca­paz de aceptar todo esto sin sublevarse, ya está a la mitad de camino de la liberación.
            Así pues, enfrentados a situaciones dolorosas, debe­ríamos preguntamos: ¿Puedo modificar esto que tanto me molesta? ¿En qué medida? ¿Qué es lo que puedo hacer? Si las puertas están abiertas y es posible hacer algo, hay que avanzar decididamente por esas puertas hasta el campo de batalla para librar allí el combate de la liberación.
    Pero si las puertas están cerradas y no hay nada que hacer, es locura reaccionar airadamente, como si pudié­ramos anular lo irremediable con actitudes agresivas.
            He aquí, pues, la puerta ancha de la liberación: los imposibles, dejarlos.

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