viernes, 2 de noviembre de 2012

Los focos luminosos - II


Por este camino, llegamos a una halagüeña conclu­sión: en nuestras manos están las llaves de oro que pueden transformar los males en bienes y los enemigos en amigos.
            La primera condición para esta portentosa alquimia es, una vez más, despertar sacudirse el sueño, liberarse de esa confusión nocturna, abrir los ojos y darme cuen­ta de que, si acepto a ese vecino desagradable, lo convierto en un buen amigo.
    Como estoy irritado, todo me irrita. Como estoy des­asosegado, todo me molesta. Las cosas-personas que me rodean son buenas, limpias, luminosas. Es mi ópti­ca particular, son mis ojos los que las contemplan a través del prisma oscuro de mis descontentos; y por eso me resultan irritantes y hostiles. El problema está ahí.
            La primera llave de oro consiste en contemplar y apreciar los lados positivos de las cosas-personas.
            Si esas manos no son bonitas, ellas, en cambio, reali­zan millares de prodigios; tantos, que una tercera parte de la producción cerebral está dirigida y es consumida por las manos. ¿Pensaste alguna vez qué sería de ti sin esas manos? ¿ Has visto alguna vez una persona sin ma­nos? Es una fatuidad monstruosa avergonzarse de ellas porque no tengan bellas proporciones, cuando, en rea­lidad, son una maravilla de la creación. Nos dejamos deslumbrar por la envoltura de las cosas, que nos impi­de ver los tesoros interiores. Somos fatuos, y estamos dormidos.
            Puede ser que tus ojos no sean hermosos, pero ¿qué sería de ti sin esos ojos, ventanas por donde penetra el resplandor del mundo? Es tan asombrosa su anatomía que los sabios enmudecen cuando logran captar toda su complejidad y precisión. ¿Qué sería de ti sin esos ojos? Una noche eterna.
            Puede ser que esa dentadura no sea uniforme y blan­ca; pero ¿pensaste alguna vez con qué orden y sabiduría están dispuestos y articulados esos dientes y qué admirable función desempeñan en el sistema digestivo?
            En este tu modo de ser, tal vez te pesen y opriman ciertas tendencias negativas, como el rencor o la impaciencia. Hasta es posible que la cruz, pesada cruz, seas tú mismo para ti mismo. Pero ¿pensaste alguna vez que, si tienes siete defectos, dispones, en cambio, de sesenta cualidades?
    Fracasaste en este último intento; pero ¿por qué no piensas en todos los intentos que te resultaron exito­sos? ¿Por qué no fijar los ojos en los focos luminosos? Mientras los demás te consideran como un hombre de suerte y de éxito, tú, en cambio, te sientes descontento y abatido, porque fijas la atención precisamente en los episodios más negativos de tu vida.

* * *

            Puede ser que tu compañero de trabajo o tu vecina sean impacientes e irascibles; pero te olvidas de que tienen un enorme espíritu de servicio, y aun, e veces, rasgos verdaderamente conmovedores de generosidad.
            En la valoración global de una persona sucede, con frecuencia, que nos fijamos tan obsesivamente en un defecto determinado, que acabamos identificando y de­finiendo a esa persona como si ‘fuese” ese defecto, evaluando toda su personalidad a través de ese defecto y como concluyendo en la ecuación de que ella es igual a su defecto. Y muchas veces ni siquiera se trata de un defecto, sino de una reacción esporádica y aislada; y somos capaces de objetivar y retratar a la persona ente­ra por ese momento de emergencia. ¡ Una monstruosa caricatura, sin duda! Siempre dormidos. Es necesario despertar y hacer funcionar correctamente el cuadro de valores.
            De manera análoga, puede suceder otro tanto acerca de ti mismo o de tu propia historia: un defecto tuyo o un fracaso se te pueden fijar de tal manera que te pue­des ir quedando con la impresión global de que tu vida o tu persona han sido, o son, una calamidad. Despierta, haz una correcta evaluación, y verás que son infinita­mente más las joyas y los tesoros que las ruinas.
            Te defraudaron los amigos. Aquel dorado proyecto se vino al suelo estrepitosamente. Un error de cálculo hizo que el negocio fracasara. Pero, ¡cuántas lecciones aprendidas! ¡Cómo te ayudaron e liberarte de manías de grandeza y otras obsesiones que te esclavizaban! No hay en el mundo infortunio o contratiempo que no encierre aspectos positivos y lecciones de vida.

    Esta es, pues, la primera llave de oro, que más ade­lante estudiaremos a fondo: tratar de descubrir el lado positivo de las cosas.

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