domingo, 25 de noviembre de 2012

Impotencias y limitaciones - II


El instinto primario del corazón humano es agradar a todos. ¿Se consigue este deseo? Rara vez.
            Todos los hombres desean y se esfuerzan por triun­far en los negocios, por ser felices en su matrimonio y su vida familiar... Hacen verdaderas proezas por dar alcance a estos ideales. Pero pasan los años y ¿cuántos son los que pueden cantar victoria? Muy pocos.
    Para numerosas personas, la vida, en sí misma, no es más que una decepción. Son muy pocos los que responden que harían el mismo recorrido si se les diera la oportunidad de comenzar de nuevo. Muchos han podi­do alcanzar éxitos parciales en objetivos secundarios, pero sienten que no han acertado en lo fundamental, aunque se esfuerzan por ocultarse a sí mismos esta de­cepción o por equilibrar la balanza con pequeñas compensaciones y evasiones diversas.
    Así pues, las desilusiones derivan de las ilusiones, y las decepciones, de las ensoñaciones. La gente comienza por encaramarse en el tejado de las ficciones, y así la caída no puede menos de ser mortal. Comienza por ilusionarse, cerrando los ojos a la realidad, acariciando fantasías desmedidas, y el despertar no puede menos de ser amargo, y enorme la frustración. Esta es la razón por la que nos encontramos en cada esquina con tanta gente decepcionada.
    La vida del hombre sabio deberá ser una eterna pas­cua, o un constante paso de los sueños a la realidad, de las fantasías a la objetividad. El sabio sabe que no se puede ser completamente feliz, completamente perfec­to; que en la vida deberán alternarse triunfos y fraca­sos, alegrías y penas. Por eso, el hombre sabio no se asusta ante las emergencias imprevisibles. Y apenas sufre.

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