jueves, 29 de noviembre de 2012

Constitución genética y personalidad - IV


También el ambiente, como es obvio, contribuye a la formación de la personalidad.
            Podríamos decir que la personalidad es la herencia más el ambiente, mutuamente relacionados y profundamente entrelazados.
            Ahora bien, ¿en qué medida o proporción influyen un elemento y otro? ¿ Cuánto se debe a la determina­ción genética y cuanto al ambiente? Estamos en condi­ciones de afirmar que, grosso modo, la estructura cere­bral y glandular contribuyen al temperamento, y el ambiente, a los hábitos, mentalidad... Pero no es posible una cuantificación ni se pueden establecer leyes de proporcionalidad.
            La inteligencia, factor importante de la personalidad, está relacionada con el sistema nervioso central y con el sistema neuroglandular; y ambos sistemas, por otra parte, influyen decisivamente en el temperamento, que constituye la base de la personalidad.
    En cada personalidad existen amplias variaciones en las células cerebrales, tanto en número como en metabolismo, conexión y disposición general. De acuerdo con estas combinaciones, completamente desconocidas para la ciencia hasta el día de hoy, puede darse una gran variedad en lo que se refiere a condiciones intelec­tuales: un sujeto es dueño de una poderosa inteligen­cia lógica, pero tiene mala memoria; y con su inteligen­cia lógica es una lumbrera para las ciencias exactas y una nulidad para la filosofía.
    Hay quienes tienen una excelente memoria para los números, pero muy escasa para los nombres y nula para recordar lugares.
    El niño que fue una nulidad en la escuela, hoy hace prodigios en un taller mecánico; y el premio Nobel en astrofísica es incapaz de cambiar una rueda de su automóvil.
    Personas que hasta los quince años ocupaban los úl­timos lugares en el aula despiertan tardíamente, y acaban brillando como astros en la Universidad.
    Hay quienes se mantuvieron siempre en los primeros puestos a lo largo de su carrera, y luego resultaron mediocres en la vida profesional; mientras que otros que fueron una mediocridad en el aula, han brillado con luces propias en la vida.
    Un organista que puede interpretar brillantemente cualquier partitura, es incapaz de improvisar cinco compases seguidos.
    Evidentemente, para estos efectos contribuyen los factores ambientales, como la nutrición y los estímulos exteriores. Un adolescente humillado por sus compa­ñeros en la escuela puede emprender dos caminos opuestos: acomplejarse, inhibirse o amargarse; o, por el contrario, en una actitud reactiva, sacar desde su intimidad humillada todas las energías para transponer sus límites y triunfar en toda la línea.

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    Lo que sucede en el nivel intelectual sucede igual­mente con los rasgos emocionales y temperamentales.
    Hay aspectos de personalidad que están más sujetos a la influencia del ambiente y otros a la constitución genética.
    La facilidad es un síntoma de tendencia hereditaria. Se adquieren más fácilmente cienos hábitos a causa de la existencia de predisposiciones congénitas. Se apren­de con mucha mayor facilidad las matemáticas que la historia cuando se tiene una disposición genética en ese sentido.
    Si un sujeto se adapta al medio ambiente más rápi­damente que otro, si se manifiesta afectuoso, si se comporta con equilibrio frente a los conflictos, si se mues­tra dadivoso..., quiere decir que existían en él esas tendencias congénitas.
    En términos generales, podríamos establecer las si­guientes reglas orientadoras: las disposiciones básicas se heredan; el ambiente determina qué disposiciones van a desarrollarse y en qué medida; las disposiciones básicas pueden ser modificadas por el ambiente; la cuantía del influjo del ambiente depende del grado o intensidad de los rasgos.
    Un individuo puede ser reservado y retraído por temperamento; pero, en otros casos, el retraimiento puede ser efecto de escarmiento en la propia vida.

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