viernes, 23 de noviembre de 2012

Causas y remedios de la obsesión - III


En segundo lugar, debes ir adquiriendo aquel poder mental al que nos hemos referido más arriba, y que ampliaremos en el capítulo III: la capacidad de desli­gar, de interrumpir la actividad mental a voluntad, la posibilidad de desviar de grado el curso del pensamien­to y de las emociones, la sublime aptitud para hacer un vacío total o suprimir momentáneamente la actividad pensante, deteniendo el motor de la mente y su consiguiente producción de ideas...
            De esta manera se ahorra un gran caudal de energía cerebral. Y debido a este ahorro, el cerebro no necesita trabajar tanto. Al no trabajar tanto, la mente descansa y se fortalece.
            Y así es como se puede alcanzar el pleno poder mental, esto es, la posibilidad de ser yo el único árbitro de mi propio mundo, en lo que consiste la libertad in­terior, y, en gran parte, la felicidad.
    Para aplicar este remedio es necesario, naturalmente, un trabajo previo de entrenamiento por medio de los ejercicios que entregaremos. Pero vale la pena someter­se a una práctica constante. Para muchas personas puede ser éste el único camino para la tan deseada tranqui­lidad mental.

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            Finalmente, para liberarse de las obsesiones, al me­nos en muchos casos, será necesario practicar ejercicios de concentración, relajación y silenciamiento interior. Y, asimismo, dedicarse a meditar sobre la relatividad de hechos y cosas; a reevaluar y objetivar todo lo que el sujeto estaba distorsionando y sobredimensionando en su mente, reduciéndolo a sus justas dimensiones y si­tuándolo en su lugar exacto. Todo ese material lo encontrará el lector en este libro.
            En algunos casos, las obsesiones desaparecerán total­mente, y acaso, para siempre. Pero no sucederá así con quienes, por constitución genética, son portadores de tendencias obsesivas. Estos deberán permanecer en una perpetua vigilia de armas, porque en el momento en que entre nuevamente en acción un estímulo exterior, o simplemente los domine interiormente la fatiga o la dispersión, pueden entrar de nuevo en crisis.
            En resumen, la “salvación” no se te va a dar como un regalo de Navidad. Eres tú mismo quien debes sal­varte a ti mismo.

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