jueves, 22 de noviembre de 2012

Causas y remedios de la obsesión - II


¿Qué hacer? Dejando de lado los casos clínicos, hay que comenzar por admitir que ciertos fármacos, como los sedantes, pueden ayudar en situaciones de emer­gencia, advirtiendo, sin embargo, que sólo son leniti­vos y no atacan a la raíz del mal.
    Cualesquiera otras “soluciones”, como las drogas, el alcohol u otras formas de evasión, son puros engaños, tienen efectos transitorios y generalmente resultan contraproducentes: empañan los ojos para no ver al enemigo, para olvidar que el enemigo está dentro de casa. Pero al despertar (cuando cesa el efecto de tales “remedios”), comprobarán que el enemigo continúa ahí, en el mismo recinto, y más fuerte que nunca. No hay manera de escapar de si mismo.
    Para mí, los remedios son de tres clases y están al alcance de todos; pero hay que tener en cuenta que no se trata de recetas con efectos automáticos, como los fármacos. No. Exigen un paciente entrenamiento, producen una mejoría lenta, a veces con muchos altibajos; pero es una mejoría real, que asegura un fortalecimien­to de la mente.
    Y ésta es la palabra clave: fortalecimiento. Porque de eso se trata: de fortalecer la mente, para que pueda sobreponerse a la obsesión, ser más fuerte que ella, si­tiarla y alejarla de las propias fronteras.

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    El primer remedio consiste, una vez más, en no resis­tir la obsesión. No debe olvidarse que resistir equivale a apretarse contra algo, y todo aprieto ya es, de por sí, angustia.
    La obsesión, si se la dejara, dejaría también de apre­tar, con lo que se esfumaría la angustia, la obsesión languidecería y moriría.
    Hay que tener en cuenta cierto fenómeno que se pro­duce en el proceso obsesivo, y que ha quedado resaltado en la descripción y análisis de las páginas precedentes, a saber: lo que se reprime y se trata de evitar, contraataca y domina. La represión aumenta, pues, el poder de la obsesión. Si se la dejara, iría perdiendo su fuerza y virulencia.
Así pues, dejar consiste en aceptar que ocurra aque­llo que se teme. Aceptar que no vas a poder dormir; aceptar que te vas a comportar torpemente con aquella persona o en aquella situación; aceptar que éstos o aqué­llos no te quieran; aceptar no haber acertado en aquel proyecto; aceptar que se haya hablado mal de ti, etc.
Y verás cómo recuperas el sueño, cómo te tienen sin cuidado tantas cosas que antes te angustiaban y cómo desaparecen tantas obsesiones.

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