miércoles, 21 de noviembre de 2012

Causas y remedios de la obsesión - I


He ahí la obsesión: noche de fantasmas, mar sin fon­do de angustia y ansiedad. Leyendo las páginas prece­dentes, el lector se habrá preguntado: y ¿qué hacer para ahuyentar tantas sombras?
            El fenómeno es sumamente complejo. Hay personas cuya constitución genética, recibida a través de los cauces hereditarios, es muy proclive a las fijaciones obsesi­vas. Basta con que en su entorno vital haga, de pronto, su aparición un factor estimulante, a modo de deto­nador, y entran rápidamente en crisis, se sienten sitia­das por la obsesión y no ven la manera de salir de esa situación.
            Estos detonantes pueden tener tonalidades muy dis­tintas. Podríamos multiplicar los ejemplos para demos­trar cómo un mismo motivo, que a unos les provoca un pavor obsesivo, a otros los deja fríos; o lo que hoy asus­ta y obsesiona a una persona, al mes siguiente no le causa ningún efecto, y viceversa. Como veremos, el fenómeno depende también de los estados de ánimo:  cuando un sujeto se halla en un estado altamente nervioso o dispersivo, normalmente será fácil presa de las obsesiones, lo que no sucederá cuando se encuentra tranquilo y en una situación normal.
            En otras ocasiones se dan una serie de motivaciones y móviles que, desde la oscuridad, actúan sobre la persona. En este caso, los contenidos obsesivos se hallan ligados a la historia vital interna de la persona, en la que unas vivencias se engarzan con otras, emergiendo en la obsesión como una síntesis de carácter simbólico entretejida de acontecimientos pasados. -
            En este caso, un buen tratamiento de psicoanálisis puede ayudar a descubrir y sacar a la luz las oscuras motivaciones que engendraron la obsesión. Con fre­cuencia, el mero hecho de tomar conciencia de lo que sucede en el misterioso plano de los submundos inte­riores suele ser el principio de la curación.

* * *

    No nos estamos refiriendo aquí, lo repetimos una vez más, a los enfermos obsesivos, aquellos que necesi­tan una atención médica, sino a los que son obsesivos normales, sin olvidar que también éstos pueden caer, por emergencia, en crisis insostenibles.
            Según he podido observar, estos obsesivos normales entran casi siempre en este temible círculo vicioso: la vida agitada, las pesadas responsabilidades, así como un entorno vital estridente y subyugador, conducen a estas personas a una desintegración de la unidad interior, que rápidamente deriva en fatiga cerebral, ya que, en fin de cuentas, toda dispersión no es sino una gran pérdida de energías, como también sucede con la desintegración del átomo.
            Esta fatiga cerebral deriva inmediatamente en fatiga mental. Y fatiga mental no es otra cosa que debilidad mental, o lo que es lo mismo, incapacidad de ser señor de sí mismo, de adueñarse del curso de la propia actividad interior. El sujeto se siente impotente para retener y controlar las riendas de sus recuerdos, imágenes y emociones. Es la impotencia.
            Al sentirse la persona mentalmente débil, los pensa­mientos y recuerdos, por lo general desagradables y sin motivo ni razón de ser, se instalan en ella, apoderándo­se con facilidad de su mente y ocupando todo su territorio. Y siendo el enemigo —la obsesión— más fuerte que el dueño de la casa —la mente— ésta acaba siendo derrotada por aquélla.
            Viéndose dominado e impotente para enfrentar al enemigo, el hombre es fácil presa de la angustia ansiedad, que, a su vez, produce una fatiga y debilidad mentales cada vez mayores. Cuanto mayor es la debili­dad mental, mayor es la fuerza de las obsesiones para adueñarse, sin contrapeso, del hombre, con la secuela de una angustia cada vez más intensa.
            Este es el círculo vicioso, mortífero y fatal, que man­tiene a tantas personas, y por tanto tiempo, presas de insufribles agonías.

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