viernes, 26 de octubre de 2012

Poder mental


Las cosas existen en la medida en que existen en mi mente. Si estás profundamente dormido, nada existe para ti en ese momento. Aunque estén sucediendo co­sas horrorosas en el lugar donde vives o se incendie la casa de tu vecino, para ti nada sucede.
            Si se están difundiendo noticias sumamente desfavo­rables para ti, pero no te enteras de nada, toda esa maledicencia no te hiere ni te turba. Es como si esparcie­ran pétalos de rosa sobre tu cabeza.
    Supongamos que dejan de funcionar tu corazón y tu conciencia por un paro cardíaco...; pueden insultarte, herirte, despedazarte, y a ti nada te importa, porque ya nada existe para ti; Una vez que ha dejado de funcio­nar esa fábrica de ideas y de sueños —la mente— que los engendraba, ya no existen para ti problemas: enemistades, zancadillas, traiciones, ofensas... Para el muerto, todo está muerto.

            De esto se trata: de adquirir un poder tan omnímodo sobre mi mente, que pueda interrumpir a voluntad su funcionamiento cuando me dé cuenta de que está sien­do dominada por recuerdos desabridos y memorias dolorosas.
            El ser humano, a través de un entrenamiento soste­nido y metódico —que explicaremos en el capítu­lo III—, es capaz de llegar a adquirir la capacidad de suprimir momentáneamente toda actividad mental, de hacer un vacío o silencio total en su interior, hasta el punto de detener el curso del pensamiento cuando éste se halle atrapado por obsesiones o fijaciones negativas.
            Este es, sin duda, el gran desafío del hombre para el hombre a lo largo de los siglos: qué hacer y cómo hacer para que yo llegue a ser dueño de mi mente, para que mi pensamiento esté únicamente ocupado por recuer­dos estimulantes, ideas positivas, por motivos queridos por mí, y no por los que se me imponen.
            Mientras no avancemos en esta dirección, no pode­mos hablar de libertad.

* * *

            No hay peor prisión ni más dura esclavitud que una mente ocupada obsesivamente por evocaciones quemantes y complejos torturadores. Como tampoco ma­yor libertad que el tener a mano la llave que puede abrir y cerrar el curso de la actividad mental. Sobera­nía quiere decir ser el árbitro de mí mismo, de mi acti­vidad interior.
            Si todas las cosas existen para mí en la medida en que son captadas por mí, en La medida en que viven en mi mente, ya puede imaginar el lector que el dominio mental es un tesoro incomparable y la llave del reino de la serenidad.

    Este es, pues, uno de los medios más poderosos de liberación. Con este fin, ofreceremos numerosos ejercicios para que el lector, a través de un paciente y cons­tante entrenamiento, pueda alcanzar la capacidad de desconectar a voluntad el motor de su mente, de mane­ra que se apaguen los fuegos y el alma se transforme en un huerto placentero.
    Este poder mental será, pues, otro de los ángeles que nos acompañarán en todo momento en el largo recorri­do que nos proponemos llevar a cabo.
    Para referimos a este poder, utilizaremos diversos términos, como dejar, soltar, desprenderse, desligarse, olvidar; en suma, expresiones que hagan referencia a esa sublime capacidad de desconectar a voluntad la atención de cualquier recuerdo o persona desagradable. Así lograremos amortiguar el ardor de tantos carbones encendidos.
    Digamos, entre paréntesis, que, en ciertos ambien­tes, se utiliza la expresión poder mental para indicar la influencia que pueden ejercer ciertas personas sobre otras personas, acontecimientos o cosas. Como se ve por lo expuesto, nosotros lo entendemos aquí en un sentido muy distinto.

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