jueves, 25 de octubre de 2012

Paciencia - III


El día menos pensado, cuando creías haber dado pa­sos decisivos hacia la tranquilidad mental, entras inesperadamente en una fatal crisis de angustia. Cualquier día vas a sentirte hastiado de todas estas “terapias” y caminos de paz, con la aguda sensación de estar per­diendo el tiempo, e incluso hasta de estar haciendo el ridículo; y es probable que te asalte el apremiante de­seo de tirarlo todo por la borda. No te asustes contigo mismo. ¡Despenar!: saber que las cosas son así, y acep­tarlas como son, he ahí el misterio de la paciencia. En realidad, estás avanzando; pero este ascender está cua­jado de retrocesos, vacilaciones y altibajos. Acepta con paz esa realidad.

            Los resultados dependen de una serie de factores. El esfuerzo y la dedicación en la práctica de los ejercicios es un factor predominante. También influye la cons­tancia: si una persona que se ha ejercitado con regula­ridad por años abandona de pronto la ejercitación, per­cibirá de inmediato, e inequívocamente, un estado de debilitamiento interior; es decir, que el miedo y la an­gustia comienzan de nuevo a golpear las puertas, regre­sa el nerviosismo, y vuelve a sentirse otra vez desaso­segado e infeliz.
            Los resultados dependen también —y en gran medi­da— del punto de partida o estructura de personalidad. Una persona cuyas entrañas están tejidas de melancolía o timidez, por ejemplo, y con mayor razón si anda por los cuarenta o cincuenta años (lo que quiere decir que sus rasgos negativos congénitos han sido largamente alimentados y han echado sólidas raíces en el subsue­lo), necesitará gran empuje y alto corazón, así como una gran firmeza, para progresar por el camino de la liberación y poder así saborear los primeros frutos del descanso.

* * *

    Desde antes de ver la luz, el ser humano trae escrita en sus entrañas la historia de su vida, y si no la histo­ria misma, al menos los rasgos generales. Efectivamente: marcadas y selladas, allá, en las últimas unidades vivientes, llamadas genes, trae el hombre escritas en claves cifradas las tendencias fundamentales que conforman el entramado de una personalidad: inclinacio­nes hacia la sensibilidad, sensualidad, timidez, impaciencia, generosidad, nobleza, mezquindad... Son los códigos genéticos.
            Esta estructura no cambia. Se muere como se nace. Podemos, eso sí, mejorar, como también empeorar, pero siempre a partir de una estructura básica. No hay que hacerse ilusiones: un tipo orgulloso-rencoroso, por ejemplo, nunca se transformará en un ser manso y hu­milde de corazón. Quienes nacieron encantadores, encantadores morirán. Estructuras personales fuertemen­te inclinadas a la melancolía, por ejemplo, o negativamente conformadas, no serán esencialmente alteradas, aunque sí podrán ser mejoradas. Pero esta mejoría lleva un ritmo lento y desigual: si notas alguna mejoría de un año para otro, si hoy sientes más facilidad en con­trolar tus nervios, si sufres menos que antes, si te en­cuentras más relajado..., es señal de que todo va bien.
            Los sufrimientos provenientes de un modo de ser nunca desaparecen totalmente; pero pueden suavizarse hasta tal punto que el sujeto se sienta muy aliviado, casi feliz.

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            Vale la pena sostener en alto el esfuerzo y la lucha, y canalizar todas las energías para una ordenada puesta en práctica de los mecanismos de liberación.
    Es necesario despertar una y otra vez, y tomar con­ciencia de que se vive una sola vez; que este menú no se repite, y que tampoco podemos regresar a la infancia para reiniciar la aventura. .Los años no perdonan. La mayor desdicha humana consiste en experimentar que la existencia se nos escurre de entre las manos sin haber saboreado la miel del vivir. Vale la pena dedicar todos los esfuerzos a la tarea de las tareas: alejar de nuestras fronteras los enemigos de la vida: el sufri­miento y la tristeza.
            Para alcanzar una cumbre tan alta, nos acompañará, en la pendiente de la ascensión, este tercer ángel: la paciencia.
            El hombre de la sociedad tecnológica se ha acostum­brado a solucionar sus problemas buscando y esperando la salvación, poco menos que mágicamente, de los consultorios y las farmacias. ¡ Vana ilusión y peligrosa dependencia! Lo menos que le puede suceder es que acaba perdiendo la fe y la confianza en sí mismo, des­cuida el esfuerzo, abandona en un rincón la paciencia y, sobre todo, olvida el hecho de que lleva en sus ma­nos armas poderosas para salvarse a sí mismo.
            Quien esté dispuesto a alistarse en las filas de la Gran Marcha hacia la liberación de sí mismo debe despertar, ponerse en pie, armarse de paciencia y ceñirse de coraje.

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